Resident Evil Capitulo Cero

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S.D. PERRY

RESIDENT EVIL 0

HORA CERO

—O quizá los mate —dijo, encogiéndose de hombros. Él sería quien decidiera cuándo ocurriría y si ocurriría. No era cierto decir que su destino le era indiferente. Mientras esperaba la muerte de Umbrella, había resultado un placer contemplar a Billy y a Rebecca, y estaba muy interesado en saber qué sería de ellos. Pero los mataría antes que permitirles que volvieran a hacer daño a sus niños. Habían llegado a lo alto de la escalera y miraban cautelosamente por encima del pasamanos en busca de algún movimiento. De repente, el joven se acordó del Centurión, escondido en las paredes de la balsa criadero, y se preguntó si saldría a ver quién había invadido su territorio. Más les valía a Billy y a Rebecca que no fuera así. Si los Eliminadores sólo eran peones en ese juego, el Centurión era uno de los alfiles. El joven se inclinó hacia la pantalla, ansioso por ver qué pasaba. El camino hasta el tercer piso había sido tranquilo, aunque se habían tenido que apresurar para atravesar el comedor. Los dos zombis que vagaban alrededor de las mesas eran demasiado lentos para molestarse en dispararles, pero Rebecca tampoco se sentía especialmente tranquila paseando lentamente ante las moribundas criaturas. Billy iba tres escalones por delante de ella, por lo que supuso que él sentía lo mismo. Al llegar a lo alto de la escalera, Rebecca se relajó ligeramente. El tercer piso, o al menos la parte en que se encontraban, era una única estancia gigantesca, sin esquinas ocultas de las que preocuparse. Las puertas del observatorio se hallaban a la derecha. Frente a ellos se encontraba la balsa criadero, un pozo vacío que ocupaba la mayor parte de la sala, y a la izquierda, una puerta que, según el mapa, llevaba a un patio exterior. —¿Qué crees que estarían criando? —preguntó Billy en voz baja. Aun así, resonó ligeramente en la enorme sala. —No sé. Quizá sanguijuelas —contestó Rebecca. Recordó la solitaria figura que había visto desde el tren, la que cantaba a las sanguijuelas, y contuvo un estremecimiento—. ¿El observatorio o el patio? Billy miró a un lado y otro, y se encogió de hombros. —Parecen seguros. Podríamos probar con una puerta cada uno. Pero sólo abrirla y echar una ojeada, nada de separarnos, ¿vale? Rebecca asintió con un gesto. Se sentía mucho más segura teniendo una buena reserva de municiones, pero la caída que había sufrido le había enseñado a ser cauta. La idea de separarse ya no la entusiasmaba. —Yo voy al patio. Empezaron a caminar y sus pasos resonaron en la gran sala. La puerta del observatorio era la más cercana; así que, pasado un instante, sólo se oyeron los pasos de Rebecca, que continuaba avanzando hacia la pared sur. 92


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