Revista Buenas Ideas 4

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opinión Adriana Garzón Osorio agaroso@hotmail.com Comunicadora social y periodista de la Universidad Sergio Arboleda. Máster en Comunicación Corporativa y Reputación de Manchester Business School (Inglaterra). Trabaja en una empresa multinacional de telecomunicaciones. Zipaquireña de nacimiento y bogotana de corazón.

‘Los otros’ y yo

C

omo consumidora activa, o hiperactiva, para ser fiel a la verdad, pocas veces reparé en la cadena de eventos que hace posible un producto. Mi decisión estaba más en el plazo inmediato: ‘lo necesito’ –que a veces es un eufemismo para ‘lo quiero’– y ojalá esté a un buen precio, porque consumir activamente exige mucho regateo. Pero luego de una temporada fuera del país me sucedió algo curioso: descubrí a los otros. El descubrimiento tiene alguna similitud con la película de suspenso de Alejandro Amenábar (Los Otros, 2001), pues descubrí lo limitado que era el mundo de mi ‘yo’ consumidor, ese que desconoce a los demás, especialmente a aquellos que son invisibles a los ojos, pero que no por invisibles dejan de existir. No es que mi ‘yo’ consumidor sea una mala persona, pero eso le pasa por pensar en plazos inmediatos. El ejercicio constante de satisfacer necesidades (y caprichos), lo convierte a uno en lo que se llama un consumidor sofisticado, que no es otra cosa que un comprador remilgado que lee línea por línea las etiquetas de todo lo que compra. Así fue el descubrimiento, leyendo etiquetas con más información que los simples ingredientes. Etiquetas que detallaban la procedencia del producto, y no me refiero sólo al país, sino incluso la comunidad que trabajó en su cultivo. Jamás le había hecho un seguimiento a un producto tan atrás. Tampoco había pensado en la cantidad de manos y horas valiosas que habían trabajado en él. Fue entonces cuando entendí a mi papá, que constantemente se quejaba de lo duro que trabajaban los campesinos paneleros de su

región y lo poco que el mercado pagaba por ese esfuerzo.

Las etiquetas, parecidas a una clase de geografía y ciencias sociales, fueron el equivalente al momento en que ‘los otros’ abrieron el clóset donde se escondía la fantasmal familia de la película. Y aunque parezca obvio, ¡claro que hay otros! Cada cosa que consumo proviene del trabajo de mucha gente que puede, o no, estar recibiendo una compensación digna por su trabajo. Ahí me atrapó el ‘Comercio Justo’. Todavía se debate mucho respecto a si cabe un juicio moral sobre el acto de comerciar y consumir, pero eso es harina de otro costal. Una vez somos conscientes del poder que tenemos como consumidores para dignificar la vida de los otros, no hay más opción que hacer un voto positivo por todos aquellos productos que le apuestan a la justicia. En mi opinión, no es que cuesten más, es que valen más. Y una reflexión final. Del otro lado del Atlántico, donde el Comercio Justo tuvo su origen, ‘los otros’ somos nosotros. Latinoamérica provee de fruta, flores, cacao, café y materias primas vegetales a millones de consumidores europeos que nos ven con ojos solidarios y pagan un precio más alto para sembrar equidad en nuestra tierra. Ojalá nosotros –los otros– adoptemos algo de esa mirada con nuestros vecinos más próximos. A veces los olvidamos. Ojalá el Comercio Justo se abra camino en los mercados y alcance todo su potencial, sin perder el alma en el intento.

“Una vez somos conscientes del poder que tenemos como consumidores para dignificar la vida de los otros, no hay más opción que hacer un voto positivo por todos aquellos productos que le apuestan a la justicia. En mi opinión, no es que cuesten más, es que valen más”.

Una buena idea: el teletrabajo...es cómodo, eficiente y sin trancones.

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