PROCESON.1827 Noviembre 2011

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C ULT URA

gencia con que nos relacionamos con el sentido que nos permitió, en primer término, construir un sistema de pensamiento. Recordemos que la principal diferencia que teníamos con el chimpancé era la de haber sido dotados con un gen del oído más apto para su desarrollo. Tal diferencia actúa hoy de forma regresiva: el cuadrumano con zapatos elige la involución para poder actuar como un primate sordo. Gracias a nuestra capacidad auditiva se consolida el lenguaje y se tiene acceso a los misterios de lo invisible. El oído es el primer sentido que adquiere autonomía dentro del vientre materno para ponernos en contacto con el mundo exterior, pero una vez parido ya no hay forma de desconectarlo de sus funciones. Al conciliar el sueño es el último de los sentidos que, en apariencia, se apaga, y es el primero en despertarse. Por decirlo con llaneza: su único filtro de protección es de índole psicológica. El flagelo de motores y máquinas aunado a los prodigios de la amplificación electrónica ha acabado por definir el perfil de las metrópolis que se enorgullecen de serlo. En su capacidad para producir ruidos y en la sacralización que hace de éstos reside su empuje hacia el futuro, pero ¿es esto realmente cierto? ¿No es otra de las entelequias que vienen aparejadas con la manipulación que subyace en cualquier tipo de coloniaje? Téngase presente que la primera amplifica-

se limita al uso de las calles como galerías al aire libre. Concebidas como circunstancias artísticas que son capaces de asombrar, intrigar, divertir o perturbar a los transeúntes, las prácticas urbanas se expanden entre obras tan pequeñas como las mullidas almohadas esculpidas por Cecil Pitois que sirven para alcanzar la fuente de los enamorados en el jardín Beaune-Semblancy en Tours, Francia; piezas tan grandes como el oso azul de Lawrence Argent que, desde la calle y recargado en los ventanales, espía a las personas que trabajan en el Centro de Convenciones de Colorado, en Estados Unidos; los relieves políticos de Peter Lenk que caricaturizan a los líderes de las naciones más poderosas; o las evocacio-

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ción del sonido avino en 1919 durante un discurso del presidente estadunidense Woodrow Wilson. Es decir, aquel que emite el ruido más poderoso es quien lleva la batuta en la orquestación de las sociedades, traduciéndose esto en su eficaz sometimiento. Ciertamente en nuestro país han habido intentos vagos de legislación contra el ruido, pero no se acatan a cabalidad, y sus medidas son insuficientes comparadas con el deterioro que día a día se le ocasiona al paisaje sonoro, por no hablar de la consecuente inestabilidad psíquica y anímica que eso genera en quienes lo habitan. En zonas colindantes con el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México es donde se registra el mayor número de casos de epilepsia de la nación y donde las escuelas de la metrópoli registran el menor grado de aprovechamiento de sus educan-

nes climáticas a partir de transfiguraciones cromáticas de Olafur Eliasson. Muy distante de estas propuestas que, además de beneficiar estéticamente a los espectadores, permiten percibir a sus locaciones como ciudades significativas, innovadoras y creativas, en la Ciudad de México el arte público que promueven Ebrard y Cepeda consiste en: hacinar, en el Paseo de la Reforma, a 147 alebrijes que no tienen ninguna propuesta artística o artesanal-alternativa y, después, extenderlos en la plancha del Zócalo coincidiendo absurdamente con las celebraciones del Día de Muertos; mantener, durante las mismas celebraciones y junto a

dos. ¿Mera coincidencia? Antiguamente las ciudades se amurallaban para que sus moradores vivieran con la impresión de sentirse protegidos; son en nuestros tiempos las grandes urbes donde residen las peores amenazas para nuestra incolumidad emocional y física. Al filósofo Henri Bergson se le preguntó cómo podríamos darnos cuenta de alguna aceleración imprevista en la velocidad de los acontecimientos del universo, y su respuesta fue profética: es muy simple, nos daremos cuenta por el considerable empobrecimiento de nuestra experiencia… Los discretos sonidos de las sociedades “primitivas” se han metamorfoseado en los ruidos continuos que hoy nos invaden. El atentado contra nuestra frágil dignidad humana es reiterativo e incuantificable. En otras palabras, las resultantes sonoras de las máquinas –con el negocio multimillonario que las crea y las multiplica– se han convertido en narcóticos para nuestros minimizados cerebros. Ante el empobrecimiento profetizado por Bergson hemos de agregar una avasallante indiferencia. ¿Tenemos que dejar de protestar para que los banquetes de ruido ya no nos atraganten…?1 La decisión es nuestra. O 1

Se desaconseja la audición de música que incida en el embotamiento. Pero si no puede evitarse se recomienda bajarle el volumen, y si eso tampoco es posible, entonces se provee de unos minutos de inducido silencio. Aférrelos en proceso.com.mx

los alebrijes, el proyecto de Rivelino sobre la libertad de expresión; presentar esculturas de Jorge Marín en la zona museística de Reforma –entre el Museo de Antropología y el Tamayo–; y apoyar la publicidad de la empresa Nescafé, con 12 grandes tazas intervenidas por artistas jóvenes que se exponen enfrente de las esculturas. Como ciudadanos, ¿nos merecemos que Ebrard y Cepeda utilicen la ciudad para fortalecer la legitimación, el mercado y la cotización de la empresa y las firmas seleccionadas? Antes de responder a esta pregunta, debemos recordar que toda exposición en un espacio público de reconocida importancia, incrementa el prestigio y

el precio de las obras realizadas por los artistas involucrados. O

Teatro “Nadie pertenece aquí más que tú” ESTELA LEÑERO FRANCO

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uatro jóvenes solitarios comparten su intimidad, su vínculo con los objetos y diversas anécdotas personales, mientras esperan a la terapeuta que los ha reunido y que nunca llegará. Mariana Gándara, autora y directora de Nadie pertenece aquí más que tú tiene como materia prima los cuentos de la


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