Educación y gestión cultural

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Introducción

En 1927, había una molestia entre la comunidad artística por los privilegios que el gobierno mexicano otorgaba a los Centros de Enseñanza Artística Popular, por lo que Manuel Toussaint encabezó una campaña para reestructurar la Academia Nacional de Bellas Artes para que se dedicara sólo a la formación profesional de artistas (Azuela, 2005: 84). Esta cuestión causó un enfrentamiento entre los grupos de artistas, unos que estaban a favor de la formación de “artistas-obreros” y “obreros-artistas”, frente a los que reclamaban centrar las acciones y recursos a la formación académica de profesionales. No obstante, la carga de trabajo de alumnos en los talleres populares era muy alta, además de tener que aprender un oficio, les implicaba dedicar menos tiempo en su formación profesional y a la creación de su obra, lo cual trajo consigo un descontento generalizado (Azuela, 2005: 86). Así fue que en 1930, a la salida de Diego Rivera de la Academia Nacional de Bellas Artes, esta institución se dedicó a la enseñanza académica profesional de artistas, mientras que los Centros de Enseñanza Artística Popular se integraron al Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública (Tibol en Azuela, 2005: 86); no obstante, los vaivenes políticos de ese periodo y la indiferencia de las autoridades, hicieron que el proyecto tuviera serias limitaciones económicas (Azuela, 2005: 87). El tiro de gracia fueron las reformas del sistema educativo en 1932, que se centraron en la generación de un programa de educación socialista basado en la formación técnica, en los principios científicos y en la racionalidad, lo cual se “contraponía” con la intuición y espontaneidad de las escuelas de arte (Azuela, 2005: 87). El recuento de esta experiencia mexicana nos sirve para reflexionar y discutir la definición de las diversas intenciones, niveles y tendencias de la educación artística y la necesidad de construir estrategias de acuerdo con las necesidades y contextos particulares de los grupos y comunidades destinatarios; de tal manera que podamos dar alternativas entre los discursos que privilegian el arte como una forma de “humanizar” a los ciudadanos; y los discursos que se centran en la “tecnologización” de la formación de ciudadanos y profesionales como la panacea para la solución de los problemas económicos y sociales del país. 21


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