Hotel Abismo

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mi voz como una capa pesada se hundía en mi garganta sedienta un vagido metálico ¿mi voz no reconociste…? Recitativo La Mar (aparte) Desde las tumbas del ala derecha del viejo cementerio, se alzaban las voces, desde ellas se precipitaban los personajes. Un silencio se prolongó en la respiración. Sus ojos se posaron por un instante sobre sus pies y recordó que había tenido ganas de estrangularla. Sediento la miraba, el predador se contenía para prolongar los primeros momentos de incredulidad de su presa. El rostro de la mujer brillaba como el de una Madona da vinciana… una cierta pulcritud lo intrigaba. Quería pintarla, quería captar lo inasible de ese rostro inacabado. Gemía por dentro. Desviaba la vista, intentaba no mirarla de frente… sentía que la habitación se movía a su alrededor. No era amor. Nunca había amado a nadie. Era sólo la necesidad caníbal de matar el alma de una mujer. Iba y venía nervioso entre la sala de la vieja casona y la cocina. Tomó agua varias veces. Ella le dijo que no podía quedarse, y se marchó inmediatamente sin intenciones de volver a llamar. Ella —Hoy he querido conversar para tratar de ver lo que nunca pude ver…. La Mar La mirada de la mujer se alejaba, y se posaba sobre el primer encuentro. Los amantes azulados flotaban en las aguas de una conversación que nunca podrían tener en presente. Las conversaciones coincidían en el tiempo pero no en el espacio. Había palabras detrás de cada rostro en silencio como aves de rapiña prestas a zarpar, había pala-

bras sin forma sobre los rostros, posadas sobre los ojos y los labios, y que no encontraban una forma como las almas que permanecen en el infierno, y había palabras inocuas que habían tenido la suerte de ser dichas, de alargarse en el espacio de los objetos que tienen apariencia de existir. Eran un residuo de lo que los cuerpos no lograban decir en palabras inéditas. El mundo siempre ha sido sospechoso como realidad por eso los amantes azulados permanecían en largos silencios en los que resucitaban un pasado enterrado que no les pertenecía. ¿Quiénes eran? No sabían. Los amantes nunca tienen nombre. A través de ellos el infierno volvía y producía una voz melodiosa. Era el banquete de piedra… en el que los personajes de aquella ópera intentaban salvar un cielo violeta ahuecado por algunos rosados metálicos. Aunque fueran amantes del siglo veintiuno eran amantes del siglo diecisiete. Estaban más en el infierno que no era más que ese deseo infinito de contemplar el vacío, el amor, la pérdida de sí. Se miraban a las cuencas ahuecadas de los ojos. ¿Si él fuera hoy Don Juan y ella Elvira/Ana que era un solo y único personaje aunque todo el mundo pensara, incluso Da Ponte, su autor, el libretista olvidado de Don Giovanni de Mozart, que eran dos mujeres distintas y opuestas? ¿Elvira la que ama a pesar de la perfidia y Ana, la violada, la que perdió el honor, el padre, y que busca vengarse? ¿Dos mujeres para personificar el duelo entre la melodía y la palabra? Una, ¿la música viva y pura…? la otra, ¿la palabra muerta muriéndose? ¿Ambas dando consistencia a la música misma, inimaginables la una sin la otra? ¿Inimaginable Mozart-Don Giovanni sin Da Ponte? ¿Qué importaba la descripción de los rostros de hoy, de la ropa? Nada, sólo se imponía el escenario del encuentro en el que la guerra tendría lugar, sólo se buscaba la mirada de la traición que tenía rostro de piedra. Él era esbelto, elegante, de una naturaleza superior. Ella era seductora. La muerte los acechaba. Los personajes de esta escena de hoy no se poseían en el presente. Él hubiese querido ahogarla en un silencio interminable, colocarla de espaldas a la pared para hundirla en la arcilla y enterrarla en la humedad dura de la casona. Así conservaría para siempre su silueta y podría descubrirla cada vez que quisiera. Su fantasma se perdía en la apariencia de las palabras escasas que profería su cuerpo en un esfuerzo constante por venir al mundo. ¿Dónde comenzaba una palabra? Él sentía que las suyas no comenzaban en el cerebro propiamente. El

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incaptable de una mujer. Ésta se sentía poseída. La historia había comenzado. La mañana en que ella había venido la habitación estaba un poco desordenada. Se tropezó con una lámpara que había en la entrada y dio sobre un montón de pinturas sin terminar. El hedor rancio como si hubiese sangre secada por el tiempo la alertó. Se marchó muy pronto. Él Recuerdo la primera vez que viniste… vestida con un traje marrón muy corto Miré tus piernas largas y al acostada imaginarte poseído fui por mi propio deseo sediento

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