La Jornada Senamal

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........ arte y pensamiento

Alonso Arreola alarreo@yahoo.com

Dylan, Sakamoto, Parker y McCartney Pésimo el concierto de Bob Dylan en el nuevo foro Pepsi Center del World Trade Center. Bueno el de Ryuichi Sakamoto con Alva Noto en el Metropólitan. Magnífico el de Maceo Parker en el Plaza Condesa. Paul McCartney, por supuesto, se cuece aparte. Fue histórico. La presentación del señor Dylan tuvo todo en contra, empezando por él mismo. Es verdad: en este mismo espacio recomendamos asistir a su presentación, conscientes de que su comportamiento nunca responde a las convenciones y de que su pensamiento es políticamente incorrecto. Así, atendiendo a la congruencia y respetando su influencia en la historia de la música popular, nuestra crítica no va más que en sentido estético, contra él y contra nuestra propia audiencia, así como contra quienes pensaron que semejante espacio estaba listo para albergar espectáculos masivos. Dictador inflexible, Dylan impide que la extraordinaria banda que lo acompaña desarrolle su potencial. Tiene una magnífica sección rítmica, dos tremendos guitarristas y un talentoso multiinstrumentista de apoyo; pero no, ha de ser él quien toque cada solo de la noche con cualquier instrumento, y lo hace muy mal. Vaya, sabemos que su voz está rota, que nunca fue un gran cantante, pero esto es otra cosa. Las letras, hoy incomprensibles, lo justificaban todo. Ahora es la estructura, el arreglo y el cobijo mismo de su canto lo que falla. Hablamos de paupérrimas ideas melódicas, de una interpretación descuidada y en decadencia, de muy poca autoridad tímbrica. Repeticiones ad nauseam, silencios incoherentes, escalitas en ascenso o descenso eterno… Una verdadera ofensa a quien tenga un poco de juicio crítico. Así las cosas, mientras él se equivoca una y otra vez pisando cromatismos en la guitarra, la armónica o el teclado, sus músicos lo observan buscando algún eco o indicio, alguna señal que les permita hacer algo más que los trucos de siempre: exagerar dinámicas haciéndose chiquitos durante los versos, creciendo durante los coros y explotando en los “solos”. Pero no. El señor Dylan ha venido por un cheque y lo demás es lo de menos, incluso la gente, ésa que comúnmente aplaude el puro hecho de ver a una leyenda aunque venga a burlarse de todos. Finalmente, el foro Pepsi es un asco. El escenario está a una altura que impide el gozo a quienes pagan boletos de pie. El aire acondicionado funciona mal. El segundo piso está demasiado lejos. El sonido es malo. No hay pantallas. En fin. Parece una obra en proceso que ha sido inaugurada antes de tiempo por un presidente que va de salida. Muy a nuestro estilo. Ojalá que lo mejoren pronto pues hoy parece apenas una buena posibilidad. Sakamoto y Noto, por otro lado, hicieron de las suyas en el marco del Festival de México. Minimalistas y oníricos (igualmente recomendamos su concierto en esta sección), lograron su cometido con un teatro a medio gas, pues los curadores del siempre cambiante fmx no saben medir bien las cosas. Este show era para el Teatro de la Ciudad y el de Antony con la Filarmónica de la Ciudad de México debía suceder, precisamente, en el Metropólitan. Probablemente eso hubiera contribuido a tener precios más justos, pues pese a los múltiples subsidios el festival parece haber abandonado su política de acceso fácil a la cultura (sí, hubo conciertos gratuitos, pero cuando cobraban se excedían). Maceo Parker, contrariamente, estuvo perfecto. Hombre de casi setenta años, fue generoso al brindar una presentación de casi tres horas en la que su

banda (de la que sobresalía Rodney Curtis, bajista de Parliament Funkadelic) pudo lucir su discurso a niveles apoteósicos. Funk, jazz y r & b se combinaron en un despliegue de virtuosismo al servicio del mensaje. Dinámicas imposibles, arreglos de relojería que equilibraban la improvisación constante. Lo más cercano que hoy puede estarse de James Brown o George Clinton. Una maravilla que el lector no debe perderse cuando vuelva, pues es un hecho que así será. Esperamos que entonces el precio no sea tan elevado. Finalmente diremos que los shows de McCartney en México representan el abc de una leyenda, de alguien señero que pese a los años transcurridos no pierde el respeto ante su audiencia, no pierde la capacidad de asombro y, más aún, no pierde su compromiso con la belleza, acaso una de las pocas cosas que podrán salvarnos a la larga, por encima de candidatos insulsos, estudiantes sobredimensionados, líderes sindicales enfermos de poder, narcos enardecidos, maestros mal educados, militares corruptos y periodistas y ciudadanos asesinados •

Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

Algo más grande que Todo No es de ningún modo improbable que Lars von Trier haya visto la mítica, memorabilísima serie de televisión Cosmos, creada por ese científico y humanista entrañable llamado Carl Sagan, como tampoco lo es que recuerde, y bastante bien, un fragmento inolvidable de uno de los capítulos de dicha serie: ahí, mientras el ojo mira una despaciosa, hipnótica, subyugante sucesión de imágenes del planeta Tierra, la voz en off de Sagan estremece cuando se le escucha decir algo que, quizá de tan obvio, suele ser absurda y permanentemente soslayado: la historia, la existencia misma de la humanidad y, con ella, el conjunto de sus invenciones, tanto materiales como conceptuales; las cumbres de su pensamiento y su sensibilidad, los abismos de su ignominia y su capacidad de infligir –o infligirse– dolor; los actos, sean nimios o significativos… absolutamente todo lo que la humanidad ha sido, hecho, pensado, sentido y deseado, tiene lugar en esta menos que mínima, infinitesimal porción del Universo que ocupamos y en donde, por una razón u otra –quizá sin ninguna–, materia y energía lograron alcanzar conciencia de sí mismas. Tierra-Casa que, dependiendo del punto de vista, puede también ser prisión; Mundo-Espacio abierto al infinito, pero que al mismo tiempo es límite definitivo, en tanto no existe aún lugar alguno en el Universo donde los seres humanos puedan seguir aspirando a su perpetuamiento; salvo, claro está, el planeta que habitamos. Empero, el aludido y reiterado soslayar esa nuestra obvia condición suele ser confrontado por el intrínsecamente humano, poderoso, sempiterno y atávico miedo. Ciego, sordo, casi inarticulado de tan irracional; concreto y abstracto al mismo tiempo; asido a causas que pueden ser imaginarias o reales… el miedo de fondo, padre de todos los temores, Miedo de Miedos, es el suscitado por “el fin del mundo”: diluvios mesopotámicos o hebreos, apocalipsis cristianos, finales mayas de la cuenta larga, más la innumerable aparición de seres y colectividades agoreros que, unos menos serios que los otros, garantizan la desaparición d e l Un ive r s o to d o, s o n ex p re siones cabales del terror insuperable que a la materia-energía autoconsciente le produce la idea de la muerte, sí, pero más que eso, de la inexistencia… A la par de razones reales, como las del suicidio ecológico innegablemente vivido en la actualidad –muy concreto motivo para tener miedo–, medran otras intangibles que, tal vez en un colectivo e inconsciente acto de transferencia de culpa, la humanidad suele atribuir a tres fuentes, no necesariamente separadas una de las otras: uno, a su propia historia cultural sólo que torpe o abusivamente interpretada –el 2012 maya, sin ir más lejos–; dos, a “castigos divinos” que nos hemos ganado por desobedientes, religiosamente hablando; y tres, al arribo de “seres extraterrestres” necesariamente “malos”, que no pueden tener, en caso de que existan, más propósito que aniquilar a todos y cada uno de los seres humanos. A contrapelo de tanta puerilidad, para reflexionar en torno a nuestro irrenunciable Miedo, Von Trier propone un muy refinado ejercicio de inteligencia titulado Melancolía. Nada de ridiculeces vestidas de negro matando alienígenas deformes; nada de barquitos atacando maquinotas extraterrestres; nada, en fin, que pueda verse en las muchas, demasiadas películas que llevan demasiado tiempo trivializando, banalizando, abo-

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 900 • 3 de junio de 2012

BEMOL SOSTENIDO

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bando, a ese género cinematográfico hermoso y por sí mismo digno llamado ciencia ficción; pero también trivializando, volviendo mero e imbécil pretexto mercachifle cinemático la que sin duda es una de las inquietudes más insondables y, al mismo tiempo, paradójicamente más fascinantes que la razón se ha planteado: ¿y si el mundo, y necesariamente nosotros con él, en él, dejara de existir tal como lo conocemos? No es poca cosa que un filme, como éste del exdogmático danés Von Trier, tienda evidentes lazos que acaban anudándose con los planteamientos de un científico –uno de tantos– dedicado a entender, así sea embrionariamente, qué somos y por qué somos, comenzando por la comprensión de nuestra colectiva e intrínseca pequeñez, cuando la unidad de medida es el Universo, su tamaño y su edad; comenzando por ser conscientes de que ni una sola cosa o idea pasada, presente o futura puede ser, por más que lo deseemos, únicamente por el hecho simple de desearlo, si acaece la presencia de un Algo capaz de acabar con nuestro Todo. La presencia, por ejemplo, de un planeta llamado Melancolía •


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