Péndulo21 145

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estragos estomacales experimentando sabores callejeros, preferían sentarse cómodamente en un restaurante. Y así terminaron en la terraza del Taj´in Darma, donde paladearon el tayín de cordero con dátiles, mientras a lo lejos el sol se ocultaba. Después de la cena, tres músicos se acercaron a ellos y comenzaron a tocar. Una mujer toda cubierta con finas sedas apareció contoneando las caderas al compás de los exóticos ritmos de la darbuka y el cordófono. Ante los ojos estupefactos de la familia, la mujer fue revelando su cuerpo rollizo, removiendo uno a uno los velos que eran siete. Papá explicó a sus hijas que la obesidad era un signo de belleza en aquellas tierras. Cuando finalizaron su espectáculo, la mujer acercó a la familia un sombrero para que depositaran una propina. Don Joaquín depositó apenas unas monedas de dírhams y mamá añadió un billete de $20 pesos mexicanos pensando que era un lindo detalle dejar dinero extranjero. El tercer día, ya con burkas y atuendos de safari, partieron desde muy temprano con rumbo a Fez, atravesando el desierto de Merzouga en una travesía de 4 días. Las fotos en los camellos con las dunas de fondo eran espectaculares. En la Kasbah Ait Ben Haddou, Don Joaquín quedó maravillado al descubrir que ahí se habían filmado muchas películas, entre ellas Lawrence de Arabia. Luego de dormir bajo las estrellas y anhelar un retrete, regresaron a Marrakech donde pasaron la noche para destinarse a la mañana siguiente a Chefchaouen, donde caminando sus azules calles, sus pecados quedaron expiados. Ahí, ante tanta paz y religiosidad, don Joaquín consideró oportuno adquirir un pequeño Corán de bolsillo, así que se aproximó a una mujer que tenía cientos de ejemplares en un tendido sobre el suelo. trató de tomar uno de ellos con la mano izquierda, ya que en la derecha sostenía un puro. En el acto la mujer se levantó y le dio un manotazo. El libro sagrado cayó sobre la manta y la mujer recogió enfurecida toda su mercancía y se fue no sin antes escupir el suelo frente a don Joaquín, que contemplaba la escena sin entender si había sido la mano

izquierda o el puro lo que la había ofendido. Tres días y cientos de fotos más tarde volvieron nuevamente a Marrakech, donde tomarían un vuelo con destino a Casablanca, última parada de aquella primera y última visita por Marruecos. Dejaron las habitaciones sin dejar propina para las camaristas, se despidieron cordialmente de Gustave y nuevamente otorgaron todo un dólar al fuerte bell boy vestido de rojo que acarreó misteriosamente sonriente su pesado equipaje hasta el taxi que los transportaría de regreso al Menara Airport. Al salir del país, el equipaje de la familia tenía un excedente de 25 kilogramos. Luego de 3 días en Madrid, la familia voló de regreso a México. Camino del aeropuerto recogieron a Elvis y volvieron a casa y a la normalidad. Al día siguiente, Alicia vació las cámaras y llevó a la tienda de fotografía 11 rollos de película que tardarían una semana en ser revelados. Transcurridos 7 días, la ansiosa familia por fin se reunió después de la cena para ver las memorias de las alocadas vacaciones en el África musulmana. Viendo las fotos hicieron un recuento de sus aventuras. Rieron a carcajadas al ver la foto del babuino travieso de la Medina y se sintieron felices de estar en México, en su hogar, donde se es tan libre, absolutamente cualquier cosa se puede conseguir y la propina tiene un valor del 10%. De pronto una foto desencajó la cara de Alicia, que era quien las iba sacando del sobre para verlas y luego pasarlas a los demás: era un close up de sus bragas haciendo de antifaz sobre el rostro de un hombre. La siguiente foto era un full shot del mismo hombre acostado en la cama, con la bata de papá, fumando sus puros. Los cuatro miembros fueron quedando más y más atónitos, al ir descubriendo nada menos que al bell boy del Radisson Blu, haciendo de las suyas con todas sus pertenencias. En la foto final del rollo, el chico posaba parado en el lavamanos haciendo pipí en los cepillos dentales de don Joaquín y la señora Liliana. Un precio quizá muy alto por una propina miserable y cosa que hizo que en adelante, en cada país que visitaban, los Luengas consultaran el valor de la propina local, llevando un apartado especial para ello.

Jardin Majorelle, hogar de Yves Saint Laurent.

en nuevos callejones más pequeños, atestados de gente comprando y de gente vendiendo todo tipo de mercancías. Aquello se volvía un insufrible Tepito musulmán, donde los vendedores tenían la misma vehemencia al ofrecer sus productos, solo que en árabe. De cuando en cuando había que sortear toda clase de peligros, desde motocicletas o bicicletas a gran velocidad hasta personajes corriendo con carretillas llenas de fayuca. 9:00 p.m. Luego de un tétrico sector de puestos donde se vendía toda clase de artículos dentales de segunda mano, los luengas llegaron a la Kasbah para contemplar maravillados el fenómeno de la hora más importante de oración de los musulmanes: Una voz envolvente en árabe brotaba desde los altoparlantes de la mezquita, como cantando, a lo que el pueblo arrodillado respondía también cantando en árabe ininteligibles palabras que durante largos minutos erizaron las pieles de la familia entera. A la derecha de la mezquita vieron por fin una calle donde transitaban autos. Fotos más tarde estaban ya tomando un taxi con destino al hotel. Al llegar ordenaron room service y cayeron rendidos. Había sido un exhaustivo primer día del viaje. Día dos. 9:00 a.m. Destino: el Palacio de la Bahía. Ya acicalados, los miembros de la familia dejaron el hotel y fueron nuevamente llevados a la entrada de la Medina. Camino del palacio, el olor delicioso de café recién molido atrajo a los Luengas a una terraza donde solo hombres estaban sentados, leyendo el periódico y fumando en silencio. Los cuatro miembros estuvieron de acuerdo en hacer una escala por un espresso. Por aquello de las dudas, don Joaquín preguntó al mesero en francés si era posible que las mujeres se sentaran a la mesa. El mesero asintió y pronto los personajes bebían alegremente el delicioso arábico africano. Lili llevaba una blusa sin hombros y una falda dos dedos arriba de la rodilla. Sus piernas cruzadas no tardaron en atraer a un sujeto barbado en turbante, con los ojos desorbitados de ira, profiriendo enfurecidos gritos de su boca y salpicando la mesa de saliva. Los de la mesa no entendían palabra, pero el mensaje era claro: al musulmán radical no le agradaba nada ver la lozana piel de Lili al aire libre. Papá se levantó de golpe y se colocó frente al tipo, pero ello no impidió que continuara despotricando contra la hija menor. Uno de los meseros que observaba la acción desde lejos tuvo que llegar para interrumpir la disputa y correr al hombre, que se marchó escupiendo en el suelo polvoriento. Perturbados, los Luengas dejaron el café y se internaron en el gueto hasta que llegaron al palacio, cuyos techos, remates y arquerías estaban colmados de hermosos detalles de minúsculas flores pintadas a mano. Era un inmenso laberinto con 150 habitaciones absolutamente desoladas, fuentes vacías en patios y jardines y ni un velo de las concubinas de Abu Bou Ahmed, el negro que llegara a ser Visir y que llevara al palacio de la Bahía a su máximo esplendor. Ni una huella de la opulencia que albergara aquel lujoso recinto, consagrado a la belleza. Lo mismo en las tumbas Saadíes: solo ecos de susurros de los turistas habitaban la última morada de sultanes y visires. Era apenas mediodía y la familia ya estaba camino al Jardin Majorelle, morada marroquí del diseñador Yves Saint Laurent, ubicado lejos del centro, precisamente en la calle que llevaba su nombre. La arquitectura, variedad de colores, texturas y plantas y el pequeño museo Berber en su interior, hicieron que los demás percances del día fuesen pronto olvidados por los mexicanos, que quedaron maravillados ante la espectacular colección de joyas del citado francés. Cuando los Luengas iban de vacaciones, adoptaban el modus operandi de los gringos para comer: cenaban a media tarde. Luego de muchos

• PÉNDULO21 / 3 / JULIO2018 •


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