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opinión

SÁBADO 10 DE MAYO DE 2014

Opciones

y decisiones

El silencio de los inocentes Francisco Javier Chávez Santillán todo pasa cuando aparentemente no pasa nada. El pasado fin de semana, mi esposa Carmenchu y yo hicimos un viaje a ciudad El Mante, Tamaulipas, esperado, aunque sin mayor premeditación y gracias a condiciones favorables. Resulta que el Ing. Víctor Manuel Lamadrid Sordo, primo hermano de mi esposa, pasaba de camino viniendo del Bajío y en dirección a casa; invitándonos a acompañarlo y así poder visitar a sus hermanas y familias que allí residen. Nuestra promesa de visita por fin se cumplía, mediando la friolera de casi cuarenta años de que los primos Lamadrid Sordo y Pagoaga Lamadrid no se habían vuelto a reunir allí. Con la emoción y anticipación que todo viaje provoca, partimos con ese destino el día jueves 1º de mayo. En el trayecto, el primo Víctor nos aleccionó acerca de las tres rutas posibles que podíamos tomar para llegar, eligiendo pasar por San Luis Potosí, vía Ciudad Valles, y hacer alto en sitios de interés como famosas exhaciendas que ostentaban nombres como Trouyet, conocer de paso ciudad Maíz -debido a su antigua parroquia que data del siglo XVII y bella placita pública-; luego, poco antes de llegar, el Naranjo, con su imponente y bello río de aguas turquesa tornasoladas, que tiene cascadas de ensueño. Lo truculento del viaje no es tanto ese complicado cruce de carreteras pasado el libramiento de Ojuelos, que deriva hacia San Luis Potosí, Matehuala, Arriaga, México, Querétaro y Guadalajara, de cuyo nudo terminamos saliendo a donde no queríamos que es hacia la presa aledaña y cañones previos de San Luis Potosí; no, lo verdaderamente capcioso es adivinar en qué ruta no están atorando vehículos, los así llamados malandros, que andan como dueños por su casa en toda esta región. Los consejos de rigor: no atemorizarse, guardar estoicamente la serenidad, aun de ser así detenidos, no presentar resistencia, responder de buen grado a las preguntas, así sean con lenguaje soez e insultante, y entregar las pertenencias que reclamaren, con la mansedumbre de un cordero. Al fin, lo que ellos quieren es información, identificación de personas, eliminación de riesgos contra su cártel y, sí, algún jugoso botín en móviles digitales, relojes, joyas y camionetas apetecibles. Al final, de todo marchar bien, te dejan caminando a la vera del camino, incluso en algún cañaveral cercano a la mancha urbana del lugar. Nuestro primo ya vivió dos atorones, llevando a cabo actividades normales propias de su profesión. La ventaja, si la hay, es portar allí placas de Tamaulipas que serían como un salvoconducto local, y no siempre. Esta sensación de simple y llana impotencia es la que termina por doblegar en los vecinos, sus airados reclamos de indignación ante tal desfachatez, impunidad y apoderamiento territorial. Y precisamente en esto consiste el punto central que pudiera explicar la vivencia de una sociedad sitiada, tenida como rehén de fuerzas restringentes, sumamente impredecibles. En algunos casos sus actantes gustan de mostrar generosidad y aun paternalismo hacia las comunidades locales, están dispuestos a otorgar jugosas prebendas para quienes colaboran con ellos; pero, también son capaces de exhibir la más despiadada y cruel violencia contra los que identifican como enemigos, aplicando ejecuciones en frío o en caliente, sin la más mínima consideración. Y, por otra parte, la vida continúa. Padres y madres de familia tienen que llevar el sustento de cada día a sus hijos, realizar sus actividades profesionales, oficios y ocupaciones con la celeridad y puntualidad que cada negocio requiere; y en ello no ceja su temple, su carácter férreo por sacar adelante a sus familias y a pesar de todo, remontar a contra corriente los obstáculos para sostener productivos sus negocios. Si las chimeneas de los ingenios cañeros se apagan, es porque se suscitó una huelga de obreros locales, pero los agricultores piden al cielo que no cierren hasta el final de la temporada de zafra, y los transportes de carga -llamados despeinadas- dejen de transportar la caña de los surcos al beneficio. Es en este equilibrio inestable en el cual transcurren los días y las noches, los sobresaltos y los reposos, la movilidad de la ciudad que a todas horas se le ve descender a su mínima expresión, se hace pasmo silencioso apenas se acerca la noche. Los códigos de tránsito y convivencia están perfectamente marcados, aun cuando no sean ley municipal o de otros órdenes de gobierno; hay que conducir tranquilos, sin distracciones ni estridencias de ninguna clase; porque cualquier ruta de la ciudad está acompañada de diligentes halcones que generalmente viajan en motos de mediano cilindraje o en vehículos de taxis, alternos al servicio reglamentario, en continua comunicación por sus celulares o radios con sus bases, rigurosamente bien informadas de qué se mueve y quién se mueve, sobre todo si son convoyes de la Marina, la PFP o la Policía Estatal, pues las fuerzas municipales están anuladas. Y, así, todo fluye y todo transcurre en un ominoso silencio, hasta que pasa lo que pasa. Un levantado, un tiroteo, un muerto, un cuerpo arrojado en las inmediaciones de un centro comercial. En verdad, es admirable que aun viviendo un estado de sitio, la sociedad tamaulipeca sigue estoicamente caminando. Su talante norteño y desparpajo habitual es la roca sólida que le impulsa a avanzar. La hora del almuerzo o del lonche para el que trabaja en horario fijo, se observa con placidez. Los traslados a comprar lo necesario para la despensa o la comida del día, se hacen con regularidad, el encuentro familiar a la hora de comer o de cenar se realiza entre bromas y un departir sobre información y novedades compartidas por otros vecinos o amigos; las invitaciones a casa son aceptadas, aunque se observen horarios cuidadosamente programados. Nuestro encuentro familiar así transcurrió, bajo la proverbial hospitalidad norteña y provinciana del Mante, magnánima y obsequiosa, por el gusto de agradar a cada visitante. Víctor, con sus hermanas Mayi y Malena, con su esposo Mario, hicieron de nuestra estancia una entrañable añoranza por los tiempos idos, las memorias de los mayores que ya nos precedieron en el camino, y las esperanzas de los hijos e hijas ya casados o que están próximos a hacerlo y titularse. Se vive dentro de un gran paréntesis, como tiempo de espera hacia mejores vientos. Sin duda es la esperanza del cambio, de vida y circunstancias, la que hace de motor fuera de borda para impulsar a la comunidad hacia mejores estadios de desarrollo. Quizá un símbolo avasallante de esa imponente cordillera que se ha consagrado como El Cielo, Reserva de la Biosfera, sea el aliento que mantiene ese pabilo de la vela que aún humea, y se expresa en un imbatible silencio de aquellos que son absolutamente inocentes. Heroicidad de todas las madres. Recordemos que todo El Mante es México. n franvier2013@gmail.com


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