La semana santa 1911 Puente Genil

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esta hermosa Virgen, es de las primeras en suntuosidad. Desde muy temprano comienza el alegre repique de la campana y el tronar de los cohetes anunciando a los cristianos la fiesta que ha de tener lugar a la misma hora del día anterior. Allí se congrega la flor y nata pontanense, bellas y distinguidas señoras y señoritas llenan la nave del templo, graves señores ocupan el aprisco o bancos centrales, cuyo sitio es el destinado a los miembros de la Hermandad presidida por el hermano mayor; y en la entrada de la sacristía la comisión que ha de acompañar al orador sagrado hasta la grada del púlpito. Despojado brevemente de los afectos y cariños que profeso a la Ilustre Hermandad de las Angustias, de quien tengo aunque indigno la alta honra de pertenecer, voy con la claridad posible de mi obscuro entendimiento a trazar ligeramente lo que la vista observa, el oído percibe y el corazón siente. Dispuesto el altar Mayor en forma original y bella, vemos reproducida por la mano piadosa y experta de uno de nuestros más queridos cofrades el drama cruento del Calvario. Numerosos blandones arden con imperceptible parpadeo; jarrones y búcaros preciosos de olorosas flores que vierten sus pomas y embalsaman el ambiente, bruñidos candelabros con rizadas velas y otros objetos de adorno forman un conjunto de luces y flores admirable. A la derecha del Altar, yérguese la Imagen de San Juan Evangelista posando el pié sobre gigantesca águila dorada; en el fondo, dentro de su camarín María Santísima de la Soledad y a la Izquierda el Árbol Santo de la Cruz, pendientes las blancas bandas que sirvieron a los Santos Varones para el descendimiento, y al pie sentada en la roca, sola y como rendida al peso del infortunio y la muerte la Reina de los cielos con el cadáver del Divino Mártir en los brazos. Este cuadro sublime de dolor y hermosura, del heroísmo y belleza se sintetiza la infinita amargura de todas las madres que lloran al hijo que perdieron, hace que del corazón oprimido suba una oración a los labios, y hasta los más escépticos e indiferentes exclamen confusos “¡yo creo!”. Página: 30


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