Marlo Morgan
Las voces del desierto
negocio es sólo una idea, sólo un acuerdo; sin embargo, el objetivo del comercio es seguir comerciando, a pesar de todo. Estas creencias son difíciles de comprender —comentó la Maestra en Costura. Entonces yo les hablé del sistema de gobierno de la libre empresa, de propiedad privada, corporaciones, acciones y bonos, subsidio de desempleo, seguridad social y sindicatos. Les expliqué lo que sabía sobre la forma de gobierno en Rusia, y sobre las diferencias existentes en la economía de China y Japón. Yo he dado conferencias en Dinamarca, Brasil, Europa y Sri Lanka, así que compartí con ellos lo que sabía sobre la vida de todos esos lugares. Charlamos también sobre industria y productos. Todos estaban de acuerdo en que los automóviles eran medios de transporte útiles. Opinaban sin embargo que no valía la pena tener uno para ser esclavo de los pagos, verse envuelto posiblemente en un accidente que, con toda seguridad, causaría un conflicto con otra persona, convirtiéndola tal vez en enemiga, y compartir la limitada agua del desierto con cuatro ruedas y un asiento. Además, ellos no tienen nunca prisa. Miré a Maestra en Costura, que estaba sentada frente a mí. Yo admiraba muchos de los extraordinarios rasgos de su carácter. Era versada en la historia del mundo e incluso en acontecimientos actuales, a pesar de que no sabía leer ni escribir. Era creativa. Me di cuenta de que se ofrecía a subsanar el problema de Gran Rastreador de Piedras antes de que éste se lo pidiera. Era una mujer con un propósito en la vida y lo cumplía. Me pareció que realmente aprendería muchas cosas si observaba a la persona que se sentaba frente a mí en el círculo. Me pregunté qué pensaría ella de mí. Cuando formábamos un circulo, siempre había quien se sentaba delante de mí, pero no competían por el puesto. Yo sabía que uno de mis principales defectos era que hacía demasiadas preguntas. Tenía que recordarme de continuo que aquellas personas lo compartían todo abiertamente, así que también me incluirían a mí cuando llegara el momento oportuno. Probablemente para ellos era como un niño que no paraba de importunar. Nos retiramos a dormir y yo seguía pensando en sus comentarios. El comercio no es real, sólo es un acuerdo; sin embargo, el objetivo del comercio es seguir comerciando sea cual fuere el efecto sobre las personas, el producto y los servicios. Era una observación muy sagaz, procediendo de alguien que no había leído un periódico, no había visto la televisión ni había escuchado la radio en toda su vida. En aquel momento deseé que el mundo entero pudiera oír a aquella mujer. En lugar de llamarlo Outback, tal vez deberían considerar aquel páramo como el centro de las inquietudes humanas.
17 LA MEDICI NA DE LA MÚSICA Varios miembros de la tribu poseían la medicina de la música. Medicina era la palabra que a veces se utilizaba en las traducciones. No tenía el sentido de producto medicinal, ni estaba relacionada únicamente con la curación física. Medicina era cualquier cosa buena que uno aportaba al bienestar general del grupo. Outa explicó que era bueno tener el talento, o medicina, para arreglar huesos rotos, pero que eso no era mejor ni peor que el talento para la fertilidad y para hallar huevos. Ambos son necesarios y ambos son exclusivamente personales. Yo me mostré de acuerdo y aguardé con impaciencia un futuro festín a base de huevos. Aquel día me advirtieron que se realizaría un gran concierto musical. No llevábamos instrumentos entre nuestras escasas pertenencias, pero hacia tiempo que había dejado de preguntar cómo y dónde aparecerían las cosas. Por la tarde noté que iba creciendo la excitación, cuando atravesábamos un cañón. Era angosto, de unos tres metros y medio de ancho, y sus paredes se elevaban a más de cinco metros de altura. Nos detuvimos allí para pasar la noche, y mientras se preparaba la comida de vegetales e insectos, los músicos dispusieron el escenario. Allí crecían unas plantas redondas con forma de tonel. Alguien les cortó la parte superior y sacó los meollos húmedos y de color calabaza, que chupamos todos. Las grandes semillas de la pulpa se guardaron aparte. Echaron unas cuantas pieles curtidas por encima de las plantas y las ataron fuertemente, convirtiéndolas así en unos increíbles instrumentos de percusión. Cerca yacía un tronco de árbol muerto; algunas de cuyas ramas estaban cubiertas de termitas. Arrancaron una de ellas y mataron a los insectos. Las termitas se habían comido la parte central de la rama, que estaba llena de serrín. Con ayuda de un palo y soplando la parte muerta y desmenuzada, pronto consiguieron un largo tubo hueco. A mí me pareció que estaba presenciando la construcción de la trompeta del ángel Gabriel. Más tarde descubrí que aquello era a lo que los australianos se refieren comúnmente como didjeridu. Soplando por el tubo se produce un profundo sonido musical. Uno de los músicos empezó a entrechocar unos palos, y otro usó dos rocas para marcar el ritmo.
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