Prensa Socotra

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Retorno al país de las almas Escrita y dirigida por Jordi Esteva. Asistente de dirección: Albert Serradó. Fotografía: Jordi Esteva y Albert Serradó. Cámaras: Albert Serradó y Jordi Vendrell. Sonido directo: Jordi Tresserras. Investigación y coordinación: Yéo Douley. Montaje: Jordi Esteva y Albert Serradó. Narrador: Yéo Douley Se estrena el 29 de abril en el cine Maldà de Barcelona. Edición en DVD y CD de la banda sonora (Siwa Productions/CNAC, distribuido por FrikiFilms)

> Recuerdo el agua resbalando

por su rostro emergiendo del estanque de nenúfares, iluminada por la luz de las velas. Una de mis imágenes preferidas de la película. Al día siguiente, tuve un duro enfrentamiento con el líder de la secta Les Hommes de Dieu que acabó en la prefectura. Pretendía impedir a toda costa que filmáramos a los brujos, como él decía. Se negaba a bajar el volumen de sus rezos, mientras intentábamos filmar una conversación con la sacerdotisa. –No podemos bajar la guardia un solo minuto –sostenía el representante de aquellos hombres de dios–. ¡Estamos en cruzada contra el demonio! A lo que el prefecto, tras ojear todos mis permisos, le recordó que Costa de Marfil era un país laico y le prohibió que aquella mañana utilizara los altavoces. Unos días después, fuimos al bosque para hacer unos sacrificios al espíritu de las rocas sagradas antes de celebrar la ceremonia de la clausura de la boca. Ritual que señalaba la entrada de la iniciada Amoin en el santuario y el comienzo de su formación. Durante la ceremonia, la joven cayó en profundo trance y la komián Adjoua le cerró simbólicamente la boca con la savia de una planta secreta para que, a partir de entonces, no hablara cuando estuviera poseída por los espíritus, ya que aún no dominaba su lenguaje y sus palabras podrían ser malinterpretadas o incluso utilizadas por los brujos.

Uno de los cámaras trepó a la copa de un alto árbol para filmar al oficiante mientras trazaba el círculo de caolín que delimitaba el espacio sagrado. En su interior, los sacerdotes y los iniciados se encontraban a salvo de las fuerzas negativas o de los brujos que podrían lanzarles flechas místicas o proyectarles agujeros también místicos, para que tropezaran y equivocaran el ritmo, consiguiendo así que los espíritus partieran y se perdiera el trance. A partir de este ritual, la iniciada debería permanecer unos dos años en el santuario recibiendo el conocimiento que le transmitiría la madre iniciadora.

terrible y la mafia, en connivencia con los más altos representantes del gobierno, seguía talando maravillosos árboles centenarios. Recordé las palabras de la komián Adjoua cuando me contaba que los genios que vivían en los árboles, al no tener ya un lugar donde habitar, poseían a los hombres. Como estos desoían la llamada de la Tierra y de sus espíritus, acababan por volverse locos. Por ello se veía a tanta gente desquiciada y harapienta que hablaba sola, deambulando por las calles de las ciudades, afirmaba con total convencimiento. Pensé que era una bella manera de explicar el desarraigo en las gran-

Diez años después, muchas personas habían cambiado sus creencias tradicionales por el fundamentalismo de algunas sectas cristianas Tras Aniassué, nos dirigimos a Bettié, nuestro nuevo destino, por una pista que atravesaba bosques y plantaciones de café, caucho y cacao. Aquí y allá, sobresalía entre la maleza la alta silueta de la ceiba, el árbol sagrado en el que viven los espíritus. Atravesábamos riachuelos y pasábamos junto a charcas tapizadas de jacintos de agua en las que moraban, me recordaba Yéo, Mami Watta y otros espíritus del agua. Los cálaos volaban en pareja y, de vez en cuando, atravesaba la pista roja un pangolín o una serpiente. El desfile de grandes camiones que transportaban troncos gigantescos en sus remolques era constante. La situación política era

des urbes africanas: Abiyán, Lagos o Kinshasa. Al cabo de unas horas llegamos ante el selvático río Comoé, de márgenes borrosos, en el que una niebla flotaba sobre sus aguas chocolate. Por fin conocí a Akossuà, la gran komián de Bettié. En su santuario las mujeres se esmeraban en cocinar ñame y plátano y en moler el caolín, la arcilla necesaria en todas las ceremonias animistas. Los hombres templaban sus tambores. Todos se preparaban para la ceremonia de la apertura de la boca. Al día siguiente. Akossuà nos advirtió que la iniciada que sería sometida a la prueba, aquella misma noche

iría al antiguo cementerio invadido por la maleza para lavarse con una poción mágica, colocada sobre una lápida, para entrar en trance y correr entre las tumbas escuchando los secretos de los muertos. Akossuà nos dio permiso para rodar y acudimos al atardecer. Colocamos unas antorchas de luz y camuflamos una pequeña cámara de vídeo entre las zarzas. Nos agazapamos tras unas matas esperando que cayera la noche y, cuando comenzábamos a perder la esperanza, oímos unos pasos. Era la iniciada envuelta en un lienzo blanco. La luz no parecía intimidarla. Se agachó para lavarse con la pócima y entonces profirió un grito desgarrador. Uno de los cámaras me clavó las uñas en el antebrazo. Habíamos conseguido filmar la posesión de la iniciada. Al día siguiente filmamos la ceremonia de la apertura de la boca. Durante este ritual, tras horas de danza frenética en estado de trance, a la iniciada le colocaron dos cuchillos cruzados en la boca para darle a beber un brebaje de hierbas y lianas. La iniciada perdió el conocimiento y sus constantes vitales se hicieron apenas perceptibles. Se trataba de la muerte mística. Pasados largos segundos, se le masajeaba el corazón y la iniciada habló en estado de trance por primera vez. Era simbólico: moría para los hombres pero renacía para los espíritus, quienes a partir de ese momento comunicarían, por boca de la iniciada, sus voluntades. Permanecimos unos días en Bet-


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