Muchas vidas muchos maestros -Brian Weiss

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BRIAN WEISS

MUCHAS VIDAS, MUCHOS MAESTROS

unos postes que se levantan fuera, delante de la casa. —¿Sabes dónde está eso? —pregunté. Catherine aspiró profundamente. —No veo ningún nombre —susurró —, pero el año, el año ha de estar en alguna parte. Es el siglo XVIII, pero no... Hay árboles y flores amarillas, flores amarillas muy bonitas. —Las flores la distrajeron —. Tienen un perfume estupendo; un perfume dulce, las flores... flores extrañas, grandes... flores amarillas con el centro negro. Hizo una pausa, permaneciendo entre las flores. Eso me recordó un sembrado de girasoles en el sur de Francia. Le pregunté por el clima. —Es muy templado, pero no hay viento. No hace calor ni frío. No avanzábamos nada en cuanto a identificar el lugar. La llevé otra vez al interior de la casa, lejos de las fascinantes flores amarillas, y le pregunté a quién representaba el retrato que colgaba encima de la repisa. —No puedo... Oigo una y otra vez Aaron... su nombre es Aaron. Le pregunté si era el dueño de la casa. —No, el dueño es su hijo. Yo trabajo aquí. Una vez más desempeñaba el papel de criada. Nunca se había acercado, siquiera remotamente, a la importancia de una Cleopatra o un Napoleón. Quienes dudan de la reencarnación (incluida mi propia y científica persona hasta dos meses antes de ese momento) suelen señalar la excesiva frecuencia de las encarnaciones en personajes famosos. Yo me encontraba en la rarísima

situación de presenciar una demostración científica de la reencarnación en mi consultorio del departamento de Psiquiatría. Y se me estaba revelando mucho más que la autenticidad de la reencarnación. —Siento la pierna muy... —prosiguió—muy pesada. Me duele. Es casi como si no la tuviera... Me he herido la pierna. Me han dado una coz los caballos. —Le indiqué que se observara. »Tengo pelo castaño, pelo castaño y rizado. Llevo una especie de sombrero, una especie de toca blanca... y vestido azul, con algo parecido a un mandil... un delantal. Soy joven, pero ya no niña. Pero me duele la pierna. Acaba de ocurrir. Duele muchísimo. —Era evidente que sufría mucho —. Herradura... herradura. Me ha dado con la herradura. Es un caballo muy, pero muy malo. —Su voz se hizo más suave al ceder finalmente el dolor—. Siento el olor del heno, el forraje del granero. Hay otras personas que trabajan en la parte de los establos. Le pregunté qué funciones cumplía. —Era responsable de servir... en la casa grande. También me ocupaba a veces de ordeñar las vacas. —Quise saber más sobre los propietarios. »La esposa es bastante regordeta, muy poco atractiva. Y hay dos hijas... No las conozco — agregó, anticipándose a la pregunta de si habían aparecido ya en la vida actual de Catherine. Inquirí por su propia familia del siglo XVIII. —No sé; no la veo. No veo a nadie conmigo. Le pregunté si vivía allí.

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