Drunvalo Melchizedek - Serpiente de Luz Después de 2012

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«Claro», me dije a mí mismo. Parecía lo correcto que estuviéramos todos juntos. Lo sagrado del lugar y su belleza habían puesto mi corazón a punto de estallar. Aquel cambio inesperado colmó el vaso. Así que seguimos todos juntos, un grupo de sesenta personas en un lugar en el que normalmente sólo se permite la entrada de diez, unidos en un sentimiento de amor y admiración espiritual diferente a todo lo que cualquiera de nosotros había sentido jamás con anterioridad. Y no digo esto a la ligera. Entramos en la parte principal de la gruta, donde una enorme estalagmita se había unido, hace millones de años, con una estalactita igual de gigantesca, creando un inmenso pilar de al menos veinte metros de altura. Alrededor de este pilar se encontraban las ofrendas que los mayas dejaron allí muchos años atrás. Cerámica y vasijas ceremoniales aparecían colocadas sobre el suelo alrededor de esta columna central, tal y como habían estado durante cientos y miles de años. La sensación de santidad resultaba abrumadora. Mi corazón no era capaz de retener las lágrimas. Me eché a llorar. Con los ojos empañados, miré a mí alrededor y vi que todos los que me rodeaban también estaban llorando. Habíamos acudido a las tierras de los mayas para experimentar el Espacio Sagrado del Corazón. Y allí era donde estábamos, en un auténtico espacio físico que estaba vivo con la vibración viva del corazón..., y todos nosotros estábamos en sintonía con este espacio, juntos. ¡Todo mi ser vibraba! Continuamos recorriendo las grutas y vimos que había otros dos altares formados por una estalagmita y una estalactita, algo más pequeños, con sus antiguas ofrendas. Y la sensación de santidad seguía creciendo.

El cenote de Balancanché

El Espacio Sagrado del Corazón se asocia siempre con el agua. Llegué a otra sala de la gruta desde la que un estanque tiraba de mí. El agua era tan clara que casi no podía verla cuando estaba brotando de una cueva adyacente. Aquella agua estaba viva. Auténticamente viva. Cuando clavé mi mirada en el cenote fue como si estuviera viendo otro mundo. Tres personas más del grupo estaban contemplando el estanque con lágrimas en los ojos, y cuando yo me acerqué nos fundimos en un abrazo. En ese momento supe que estaba con mi tribu. Y con nuestras lágrimas y nuestros corazones abiertos estábamos rezando por nosotros mismos, por los mayas y por la Madre Tierra. Yo conocía aquel lugar. Lo había sentido con anterioridad dentro de mi propio corazón. ¿Puedes imaginar lo que fue estar allí físicamente, con otros seres físicos, todos experimentando la misma emoción? Fue algo como nunca me había sucedido anteriormente. Los guardas de la gruta, que hasta entonces se habían mantenido invisibles, nos hicieron señales con las linternas. Había terminado el tiempo de la visita. Cuando me di la vuelta para salir, era incapaz de hablar. Apenas recuerdo cómo caminé hasta la salida de la gruta. Era como estar inmerso en un sueño.


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