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5 Entraron en un denso bosquecillo de sauces blancos. Las endebles ramas llenas de pulgones encortinaban el oscuro lugar tan profusamente que inevitablemente manchaban de rojo las blanquecinas túnicas de los dos íberos huidos de los griegos. El burro iba delante despertando a los mosquiteros que al revolotear emitían un canto, algo como: «Suit-suet-suet-bit-bit-bit»; pero pronto, este sonido fue ahogado por otro más inquietante: los cada vez más cercanos y extraños ladridos de perros. Cuanto más iban adentrándose en el sauzal, más se les cerraba el paso; hasta que tuvieron el alivio de llegar a un pequeño calvero; pero, pronto quedó turbado cuando Lindumar al tropezar con algo se oyó una temblorosa voz: —¡No! ¡No me devorareis, malditas lamias! 53


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