Gombrich, e h , los usos de las imagenes (2)

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El sueño de la razón

El 'sueño de la razón

ra vez en su historia, resonó la voz de la Verdad, Aquí los ciudadanos franceses han venido a celebrar una ceremonia religiosa, a rendir culto a la Libertad y la Razón, Aquí hemos abjurado de ídolos exánimes y hemos vuelto la vista hacia esta viva imagen, obra maestra de la Naturaleza'.

Símbolos de la Revolución Francesa

Vale la pena destacar un rasgo de esta melodramática historia: la Diosa cambió de algún modo su identidad durante su viaje desde Notre Dame hasta la Convención. Allí había sido La Liberté; en la Convención se la trata como la Diosa de la Razón. Fue como Diosa de la Razón como se le pidió que se situara junto al sillón del presidente; no sé en calidad de qué el presidente y los secretarios le dieron cada uno un beso fraternal. Y, quienquiera que fuera esa dama fue, en palabras de Hébert, uno de los inspiradores de esta manifestación anticlerical, «una dama encantadora, preciosa como la diosa a la que retrataba»3. Esta es una frase reconfortante para cualquier estudioso del simbolismo, ya que supone que en este momento de creciente tensión la mujer, ya fuera una cantante de ópera, que es lo más probable, o la prometida del impresor Nomoro, o ambas cosas, no sólo representaba algún concepto intelectual sino que lo representaba como si realmente existiera en algún lugar del cielo. Lejos de ser una mera personificación, un signo convencional que representara algún concepto abstracto, la hermosa mujer encarnaba cualidades de! poder sobrenatural que habían de reclutar las lealtades y el amor de la multitud. Ésta es una interpretación realizada y criticada en la época;de la propia Revolución Fran" cesa. En una de las ceremonias provinciales que imitaron y, adornaron e! Festival de la Razón metropolitano se mencionó explícitamente esta fusión entre signo y significado, si bien es cierto que en términos teológicos más que psicológicos: e! orador oficial se dirigió como sigue a la, joven que personificaba a la Razón:

Publicado por primera vez en The Brítish Joumal for Eíghteenth Cel1tury Studíes, 2, n.O 3 (1979), págs. 187-205. Una traducción al italiano titulada «Nostra Signara della Liberta» fue publicada en FMR, n.o 34 (Junio-Julio 1985), págs. 90-112, y el original inglés en la edición inglesa de FMR, n.o 39 (Agosto 1989), págs. 1-24

EllO de noviembre de 1793 (20 Brumario II), la Comuna y el Departamento de París se reunieron en Notre Dame a las diez en punto de la mañana l. Se aisló el coro mediante un biombo y en el centro se erigió una montaña con un pequeño templo al estilo griego sobre el que se leía, en letras enormes, A la Philosophie. Esta montaña estaba flanqueada por cuatro bustos de filósofos, seguramente Rousseau y Voltaire, y posiblemente Franklin y Montesquieu. Sobre el altar ardía la llama de la verdad. Después de un adecuado preludio musical, dos grupos de jóvenes vestidas de blanco con cinturones tricolores y portando antorchas aparecieron desde ambos lados, rindieron homenaje al altar de la Razón y a.scendieron la montaña. En ese momento, una hermosa mujer, «la verdadera encarnación de la belleza», salió del templo. Ella también iba vestida de blanco con un manto azul que caía sobre sus hombros; llevaba el bonete rojo y sostenía una larga pica con la mano derecha. La congregación, si podemos llamarla así, cantó un himno a la libertad de Marie-Joseph Chénier: «Desciende, oh Libertad, hija de la Naturaleza», que terminaba diciendo «¡Tú, sagrada Libertad, convierte este templo en tu morada, sé la Diosa de los Franceses!». Tras la ceremonia, la diosa fue !levada en procesión hasta la Convención Nacional, ya que los diputados no habían tomado parte en la celebración de Notre Dame. En el estrado de la Convención se afirmó que e! pueblo acababa de rendir homenaje a la Razón en la iglesia metropolitana de ci-devant, y que ahora se quería repetir este homenaje en e! Santuario de la Ley. La Convención, acostumbrada a este tipo de intrusiones, acogió al cortejo que avanzaba con música y canciones. Una vez llegado frente al presidente, e! líder del cortejo, Chaumette, anunció solemnemente:

¡Diosa de la Razón! El hombre siempre será hombre, a pesar del refinamiento de su orgullo y su vanidoso y fatuo egoísmo; siempre ansiará imágenes tangibles con el fin de acercarse al mundo invisible. Tú, símbolo de la Razón, nos la ofreces de un modo tan natural que sentimas la tentación de confundir la copia con el original. En ti se aúnan lo material y lo moral para ganarse nuestro amor'l.

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Al menos un contemporáneo se atrevió a atacar públicamente este método de difusión de la religión de la razón. Su nombre era Salaville, yen los Annales patriotiques escribió un artículo en el que denunciaba la lógica incongruencia de estas irracionalidades en pro de la razón: Pero si lo que deseamos es comandar al pueblo hacia el culto puro de la Razón, lejos de consentir sus debilidades por las abstracciones encar-

¡Legisladores! El fanatismo ha sucumbido a la razón. En el día de hoy una gran multitud ha ocupado la antigua bóveda en la que, por prime-

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