En la Paz de Cristo
la orientación de las distribuciones. En una ocasión me hizo saltar la piedra y lo saqué a punta de latigazos con la disciplina; este episodio me lo recordó jocosamente infinidad de veces a lo largo de los 50 años. Nuestros caminos en el apostolado de la Provincia no coincidieron, aunque siempre se rozaron. Tuvimos profundas contradicciones en las lecturas de la realidad, contradicciones que se hicieron más agudas en su provincialato. Hubo momentos de mucha tensión, pero en las coyunturas de más álgido distanciamiento racional salía desde su fondo el afecto de nuestra historia común, que revivía la primavera de nuestro ideal jesuítico en la concreción episódica de nuestro caminar. Vivimos tensiones profundas en el momento en que me forzaron al exilio y en el que yo insistía en ponerle un fin, pero allí mismo, en los momentos más duros, reventaba de pronto la calidez amistosa que se plegaba a la concertación. La muerte de un amigo tan cercano y tan cálido, atado a nuestros inicios como jesuitas, lo pone a uno frente al desenlace de este “cuarto de hora” que es nuestra historia concreta. Lo que se va decantando progresivamente es el sentir de la vida enmarcada en los miles de episodios que han ido marcando nuestra ruta, en la cual es ineludible encontrar reiteradamente los rostros, las palabras y los afectos de quienes se hicieron parte de nosotros mismos en ese caminar. El afecto es el hilo conductor y en eso Horacio fue un maestro. Ese afecto trasciende inmediatamente las fronteras de la muerte y lo convierte en presencia que ya no es vul114
nerable al sufrimiento ni a ninguna fuerza negativa. Reposará en mi memoria como el compañero cálido y parte inescindible de nuestra aventura común. Javier Giraldo Moreno, SJ (Apartes de su obituario dedicado a Horacio) Cuando un amigo se va… Quiero evocar a ese “mono alzadito” que, de joven alborotado y necio, revoltoso, inconforme, azuzador de protestas, le produjo a su tío provincial más de un dolor de cabeza, y que la vida misma se encargó de domesticarlo para hacerle ver que, sin perder su profunda y existencial pasión por la vida, por los más débiles, por la paz de su país, por una sociedad más humana y justa, el método del diálogo, la reconciliación, el perdón y la bondad eran mucho más efectivos. Recuerdo ver llorar a Toño Calle, mi maestro de novicios, pidiendo a Dios que no dejara morir al joven Horacio, gravemente enfermo del hígado y prácticamente desahuciado. No fue la única vez que estuvo delicado ni tampoco la única bordeando los territorios de la Parca. Mas no fue el hígado, ni la diabetes que ocultó por años, los males que lo mataron, fue un fulminante y sorpresivo infarto. Su corazón no resistió más… me cuentan que Helenita la mamá estaba delicada y no hacía más que llamar a su hijo amado… esa orfandad inminente, esa inaceptable y amarga soledad que se veía venir debió dolerle en el alma hasta doblegarlo.