Noticia de un Secuestro

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-Yo me voy -dijo-, esta vaina es una mamadera de gallo. Lograron convencerlo de que esperara hasta después del almuerzo. La promesa le devolvió el ánimo. Comió bien, conversó, fue tan divertido como en sus mejores tiempos, y al final anunció que iba a dormir la siesta. -Pero les advierto -dijo con un índice amenazante-. No más me despierto de la siesta, y me voy. Martha Nieves hizo unas llamadas telefónicas con la esperanza de obtener alguna información lateral que les sirviera para retener al padre cuando despertara. No fue posible. Un poco antes de las tres estaban todos dormitando en la sala, cuando los despabiló el ruido de un motor. Allí estaba el automóvil. Villamizar se levantó de un salto, dio un toquecito convencional en el dormitorio del padre, y empujó la puerta. -Padre -dijo-. Vinieron por usted. El padre despertó a medias y se levantó como pudo. Villamizar se sintió conmovido hasta el alma, pues le pareció un pajarito desplumado, con el pellejo colgante en los huesos y sacudido por escalofríos de terror. Pero se sobrepuso al instante, se persignó, se creció, y se volvió resuelto y enorme. «Arrodíllese, mijo -le ordenó a Villamizar-. Recemos juntos.» Cuando se incorporó era otro. -Vamos a ver qué es lo que pasa con Pablo -dijo. Aunque Villamizar quería acompañarlo no lo intentó siquiera porque ya estaba acordado que no, pero se permitió hablar aparte con el chofer. -Usted tiene que responder por el padre -le dijo-. Es una persona demasiado importante. Cuidado con lo que van a hacer con él. Dése cuenta de la responsabilidad que tienen encima. El chofer lo miró como si Villamizar fuera un imbécil, y le dijo: -¿Usted cree que si yo me monto con un santo nos puede pasar algo? Sacó una gorra de béisbol y le dijo al padre que se la pusiera para que no lo reconocieran por el cabello blanco. El padre se la puso. Villamizar no dejaba de pensar que Medellín estaba militarizada. Le preocupaba que pararan al padre y se dañara el encuentro. 0 que quedara atrapado entre los fuegos cruzados de los sicarlos y la policía. Lo sentaron adelante con el chofer. Mientras todos veían alejarse el carro, el padre se quitó la gorra y la tiró por la ventana. «No se preocupe, mijo -le gritó a Villamizar-, que yo domino las aguas.» Un trueno retumbó en la vasta campiña y el cielo se desplomó en un aguacero bíblico. La única versión conocida de la visita del padre García Herreros a Pablo Escobar fue la que dio él mismo de regreso a La Loma. Contó que la casa donde lo recibiera era grande y lujosa, con una piscina olímpica y diversas instalaciones deportivas. En el camino tuvieron que cambiar de automóvil tres veces por motivos de seguridad, pero no los detuvieron en los muchos retenes de la policía por el aguacero recio que no cedió un instante. Otros retenes, según le contó el chofer, eran del servicio de seguridad de los Extraditables. Viajaron más de tres horas, aunque lo más probable es que lo hubieran llevado a una de las


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