Dios en la creación / Jürgen Moltmann

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El espacio de la creación

Concepto ecológico del espacio

coordenada de la extensión, entonces lo entendemos según la geometría euclidiana en la imagen de una línea recta infinita. Y en tal caso, el mundo espacial carecerá de un centro, a no ser que concibamos la línea recta como una órbita infinitamente grande cuyo centro se aleja igualmente al infinito. Nace entonces en esa concepción la impresión del vacío ilimitado del universo. Más, puesto que ese universo ha perdido su centro, es incapaz de ofrecer ya punto alguno de orientación. ¿Es posible seguir afirmando su unidad, como da a entender la expresión «universo»? ¿No sucederá, más bien, que el universo uno, infinito, se descompone en una pluralidad de mundos relativos? En la vertiente existencial del paso del universo cerrado al universo infinito nace un nuevo sentimiento vital. No es el triunfo de la aclimatación panteísta del hombre en la armonía del mundo, sino, por el contrario, el sentimiento nihilista de extravío titubeante en el ilimitado vacío del mundo: horror vacui. Pascal fue uno de los primeros en poner letra a ese sentimiento. «El silencio eterno de estos espacios infinitos me horroriza» 2, confesó. A la pregunta «¿Qué es un hombre en la infinitud?» respondió con la afirmación flotante: «Una nada ante lo infinito, un todo frente a la nada, un centro entre nada y todo» 3. Pero ¿cómo puede ser el hombre un centro entre nada y todo? Toda posición —y ninguna posición— es el centro entre nada y todo. Nietzsche basa ese mismo sentimiento vital en la «muerte de Dios», y entendió como uno de sus efectos la pérdida de toda orientación metafísica:

al mismo tiempo en ella? ¿Qué media entre el espacio absoluto de Dios y el espacio relativo de su creación? Con estos interrogantes acabamos de mencionar los diversos conceptos de espacio. ¿Significa «espacio» una especie de recipiente vacío, un vacuum, para una pluralidad de objetos posibles? ¿Se identifica el espacio con la extensión de los objetos? ¿Es una categoría con la que captamos la existencia simultánea de diversos objetos? ¿Es la subjetividad del objeto mismo la que determina y ordena el espacio, como dan a entender las expresiones «superficie habitable», «espacio vital»?

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¿Qué hicimos cuando esta tierra rompió las cadenas que la unían a su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Nos alejamos de todos los soles? ¿No estamos cayéndonos constantemente? ¿Hacia atrás, hacia los lados, hacia adelante, a todos los lados? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No estamos vagando a través de una nada infinita? ¿No nos sopla el espacio vacio?4.

Hasta el presente no se ha dado respuesta salvadora alguna a la carencia metafísica de patria que padece el hombre moderno. De ordinario, los hombres y las culturas consideran su posición como el «centro del mundo». Pero, en un universo infinito, no existe un «centro» fijo, ni «posición» fija alguna. Toda posición es relativa. Los problemas teológicos del espacio son análogos, en parte, a los del tiempo de la creación: ¿fue creado el espacio con la creación o fue creada ésta en el espacio? ¿Tiene la creación espacio fuera de Dios o en Dios? Si Dios es el límite del espacio de su creación, ¿puede habitar 2. Bl. Pascal, Pensées, n. 206. 3. O. c, n. 72. 4. Fr. Nietzsche, Die fróhliche Wissenschaft, 125, en Werke II, ed. K. Schlechta, München 1955, 127.

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1. Concepto ecológico del espacio «El espacio no es homogéneo para el hombre religioso», dice Mircea Eliade 5 . En la historia de las religiones podemos captar todavía cómo experimentaron los hombres el espacio en tiempos antiguos. Los espacios son siempre espacios de vida y de dominación de determinados sujetos, ya sean animales, personas humanas, dioses, espíritus o demonios. Son los entornos y campos de fuerza de estos sujetos, que los llenan, los dominan y los habitan. Por eso hay que respetar esos espacios como sus respectivas esferas de vida. Cuando Moisés va al monte con las ovejas de su suegro pisa inconscientemente el espacio de un Dios desconocido para él. Por eso, la voz le dice: «No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada» (Ex 3, 5). El espacio sacro es siempre un espacio circunscrito. El témenos lo delimita de los espacios profanos. La magia y el ritual aseguran al recinto sagrado contra el mundo no sacro y hostil. En las puertas del santuario se exigen los rituales de purificación antes de entrar en lo sagrado. Delimitado y separado así del mundo profano y caótico, el espacio sagrado está, sin embargo, abierto «hacia arriba» para la llegada de los dioses. Tenemos un ejemplo bíblico de esto en el sueño de la escalera de Jacob (Gen 28, 12-19). Jacob escucha la voz: «Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac». El responde: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!» y erige en aquel lugar sagrado el santuario de Betel. Los espacios sagrados son «puerta del cielo» como separación del mundo, lugares de paso del mundo terrestre al celeste, de la cualidad divina a la cualidad humana del ser. La no-homogeneidad religiosa del espacio se basa en la experiencia religiosa del ser hetero5. M. Eliade, Das Heilige unddas Profane, o. c, 13. Sigo aquí la exposición de Eliade (ed. cast.: Lo sagrado y lo profano, Barcelona 1983).


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