Empezar de nuevo

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ambiente durante la cena fue muy agradable, pero en un momento dado, Alexandra notó que se le cerraban los párpados. La hermana Marie se dio cuenta y le dijo: —Tiene que estar agotada, doctora. —Llámeme Alex, por favor —rogó la joven. —Venga conmigo, Alex —ordenó la misionera levantándose de la mesa —, la llevaré hasta su cabaña para que se instale, y mañana le enseñaré todo esto. Alexandra la siguió y les deseó a todos buenas noches. —Coronel, le agradezco que me haya traído desde Kikwit. El hombre deslizó sus ojos penetrantes por el pelo revuelto y el rostro algo pálido debido al cansancio y se limitó a asentir sin contestar. Las dos mujeres salieron a la oscuridad de la noche, pues la misión no contaba con alumbrado exterior. La hermana Marie llevaba una linterna para no tropezar. En seguida llegaron a una de las cabañas, y la misionera abrió la puerta que carecía de cualquier tipo de cerradura o candado. El interior era muy reducido. El mobiliario consistía en un catre cubierto por una mosquitera que colgaba de un gancho del techo y una pequeña cómoda al lado de la cual Alex descubrió su maleta, que alguien se había encargado de dejar allí. El baño estaba separado de la zona de dormir por una cortina de tela de alegres colores. A la joven le sorprendió gratamente que estuviera equipado con una rudimentaria ducha y un retrete. La hermana Marie, percibió su expresión de alivio y comentó: —Tiene usted suerte, terminamos las obras para crear una pequeña red de saneamiento y obtener agua corriente hace apenas dos meses, pero no se haga ilusiones; el agua caliente sigue siendo una utopía. —No se preocupe, hermana, es mucho más de lo que esperaba. La monja le dio una serie de consejos antes de marcharse: —Es conveniente que se envuelva todas las noches en el mosquitero. Procure no andar descalza y, antes de ponerse las botas por la mañana, sacúdalas bien para asegurarse de que no se haya colado dentro ninguna criatura indeseable. Ahora la dejaré, Alex. Duerma todo lo que pueda. Tenemos


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