Historia del arte en secundaria y bachillerato isabel de la cruz solís

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Una cronología esencial del pintor al que el texto se dedica; una ficha técnica de las obras utilizadas como ilustración que comprenden datos relativos al autor, título, técnica, dimensiones o fecha, en la que solamente se echa en falta la localización de la obra original en cada una de ellas; una breve biografía del autor del texto, resaltando su formación y actividad a la que se dedica, así como una pequeña fotografía; una sugerente introducción al contenido de la obra en la contraportada; finalmente, un título que comprende el nombre del pintor en cada caso, seguido del de la obra sobre la que va a centrarse el estudio. Así, Leonardo da Vinci: Mona Lisa, o Paul Gauguin: Arearea o la felicidad en el paraíso. Todos, a su vez, incluyen en una de sus primeras páginas, un detalle de la obra elegida encerrado en un pequeño círculo con una frase debajo, extraída, según se indica expresamente, de los escritos de Le Corbusier, que dice textualmente Ver lo que uno ve. Resulta evidente que la insistencia no es casual, sino que pone de relieve uno de los ejes esenciales en torno al cual va a girar el contenido de los diferentes títulos. En realidad, constituye la parte final de una especie de aforismo que su autor, que fue pintor y teórico de la pintura antes de convertirse en arquitecto, formuló en algunos de sus escritos y que leída en su totalidad dice lo siguiente: Es preciso decir siempre lo que uno ve, pero sobre todo es preciso, lo que es más difícil, ver lo que uno ve. Respecto a su significado e intención, en su artículo Encontrando rostros Daniel Naegele, arquitecto e historiador, pone en relación el significado de la sentencia citada con el tema de un cuadro de Picasso, Mandolina y guitarra, de 1924. Agotado ya en esta fecha el cubismo como movimiento de vanguardia, el título de la obra remite, no obstante, a las naturalezas muertas cubistas, un asunto muy característico porque se adaptaba muy bien a los objetivos plásticos del movimiento (Naegele, D. 2009). En el cuadro, en el interior de una habitación con una ventana abierta a un paisaje apenas esbozado, se observa una mesa cubierta con un mantel decorado con pequeños motivos geométricos, sobre el que aparecen un cuenco con fruta, una especie de jarrón y los instrumentos musicales a los que el título alude. Todo ello formulado en el lenguaje característico del cubismo sintético, la segunda fase del movimiento de vanguardia que comenzó a gestarse a comienzos del siglo XX. La esquematización del espacio y los objetos, así como la importancia del color y de los elementos decorativos así lo atestiguan. Una mirada más detenida sobre la obra permite descubrir además, utilizando elementos visibles con cierta facilidad, la representación de un gran rostro y una enorme cabeza que resultan difíciles de percibir en un principio, porque han sido deliberadamente encubiertos por el pintor. Picasso se sumaba con estas prácticas a un motivo frecuentemente defendido por los surrealistas en sus escritos, las llamadas visiones paranoicas. Como artista ecléctico por excelencia, incorporó con ello a las representaciones intelectualizadas del movimiento cubista una parte que se sitúa en sus antípodas, pues tiene que ver con los aspectos inconscientes del ser humano en los que se sustentaba el surrealismo. Cuando esta manera 91


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