Revista Interjet - Mayo 2017

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“Es medianoche. Duermo agotadísimo. Entonces recibo en mi cuarto una llamada de alerta: es Bacha. “Vístete corriendo, agarra tu cámara y sal por la ventana. ¡Aquí está, aquí está! Una aurora boreal fantástica”

A lo largo de las angostas carreteras, obligamos al viejo chofer de nuestro convoy a escuchar Of Monsters And Men, Sigur Rós, Amiina y, claro, Björk, músicos y geniales bandas de esta mágica tierra. Bacha dice no conectar con esa música, hay algo que la aleja y desconcierta. Es nuestra penúltima noche. Mañana estaremos de regreso en Reikiavik, y allí, por las luces de la ciudad, será imposible ver las escurridizas northern lights. Llegamos, entonces, a Vik í Myrdal, el pueblo situado más al sur de Islandia que posee un lindo hotel en el corazón de un valle de pura nieve: sus ventanas dan a una amplia planicie. Es medianoche. Duermo agotadísimo. Entonces recibo en mi cuarto una llamada de alerta: es Bacha. “Vístete corriendo, agarra tu cámara y sal por la ventana. ¡Aquí está, aquí está! Una aurora boreal fantástica”. Todo se vuelve locura: azoto en el hielo y me pelo las rodillas. Mal acomodo mi cámara sobre la nieve y, temblando, hago decenas de pruebas erróneas para lograr atrapar ese abanico verde que, a pesar de estar tan lejos de nosotros, vibra y brinca como las teclas de un piano descomunal. Tengo miedo de que se vayan las luces del norte sin que las registre para que Adriana pueda vivir esta emoción jamás antes sentida en mis 61 años de vida. “¡No! –me contradigo–, esta maravilla ya la había vivido: es la luz que vi cuando mi madre me diera, justamente, a luz”. Y nuestra aurora boreal se mantiene aquí largo rato. Cuando al fin tengo un par de fotografías buenas, me relajo, suspiro y voy a mi cuarto para regresar al blanquísimo escampado con una bocinita de viaje (¡qué bueno que este altavoz no lo rematé!), y pongo una música que estuve guardando sólo para este momento: es Ólafur Arnalds, compositor islandés de la música más feliz y, al mismo tiempo, más triste del mundo. Mientras lloro, Bacha se balancea exultante. –¿Sabes? –me dice ella tras un largo suspiro–, sólo viendo esto es que uno puede entender la música profunda de este país. Takk, Adriana, gracias por traernos hasta acá. –Sí –le contesto. Y es que nuestra compañera de viajes está mirando, por detrás de nosotros, el milagro de la vida, la vida a la que no ha renunciado y que está a la vuelta de la esquina y los continentes y los mares… Takk, Aurora.

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