Revista Interjet Diciembre 2017

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¿Cómo entonces esta mujer con una emotividad a flor de piel logra afrontar temas tan descarnados y desgarradores como la explotación infantil e inmiscuirse en arriesgadas pesquisas que podrían costarle la vida –y que, de hecho, le han costado amenazas y tortura física, sexual y psicológica–? “Me lo he preguntado muchas veces y creo que no podría hacer lo que hago, el tipo de investigaciones que realizo, infiltrándome en esos lugares espantosos, si no fuera tan sensible. Porque hay un momento en que me conecto con la historia de las víctimas, y cuando digo me conecto no quiere decir que esté viviendo sus vidas, no es ese tipo de conexión, no es un vínculo psicológico vital, sino soy capaz de poder entender lo que sienten y hacer las preguntas correctas. Y, por supuesto, sufro muchísimo”. Hija de una psicóloga francesa, Paulette Ribeiro, feminista, Cacho era llevada de niña a conocer la miseria de las “ciudades perdidas” que bordeaban la Ciudad de México, donde había basureros y casas de lámina; la madre hablaba con las mujeres de esos lugares, las orientaba, les brindaba consejos, mientras la pequeña Lydia y su hermana entretenían a los hijos de éstas, jugando con ellos, enseñándoles a leer, dibujar, escribir. “A mí lo que me da fuerza para seguir es que tengo la habilidad y la capacidad como investigadora de encontrar esas otras respuestas o esas otras preguntas para decir: ‘Sí, pero tiene salvación’. Y no es iluso pensarlo, eh, es bastante práctico. ¿Y cuál es esa salvación? Encontrar a esos niños y niñas y tomar sus fotografías, compartirlas en todas estas redes increíbles de expertas y expertos por todo el mundo y decirles: ‘Aquí están estos’. Hay gente que así ha hallado a sus hijos e hijas, por eso escribí En busca de Kayla, está basado en una historia real”. “Me volví activista desde niña, como a los 15 años, ahí tengo el certificado de la primera vez que tomé un curso para dar talleres con niños y niñas, y el primer curso que mi mamá nos llevó a dar a mi hermana y a mí fue con un grupo de chavos banda. ¡Imagínate, mi mamá estaba loca! (risas) Me acuerdo que cerramos una calle en Mixcoac y eran niños y niñas sentados en círculo en el piso, como nosotros, y les preguntábamos sus historias y eran terribles: ‘Es que mi papá violaba a mi mamá y yo me escapé porque lo traté de matar’... Y así, uno tras otro, niños de nuestra edad contando esas cosas. Claro, de repente, todos mis enojos adolescentes y todos mis problemas con mis papás y mis amigos de la escuela pasaron a décimo plano. Después, como los habíamos escuchado, nos hacíamos amigos de estos chavitos. De hecho, yo tengo muchos amigos que fueron chavos banda, que traían navajas y esas cosas”.

—Que importante es escuchar, ¿verdad? —Claro —Escuchar hace la mar de diferencia. —Hace una diferencia enorme, se resignifica tu existencia en el mundo, y creo que ahí fue donde supe que eso era lo mío. Pensé: esto te une a las personas, te ayuda a reconocer la humanidad del otro; no sólo mirarles, sino también escuchar. 117


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