Concurso literario contra la violencia de género

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Tierra de todos, tierra de nadie Por Mariana Iacono (Toda mía)

De niña me enseñaron que la palabra de mi papa tenía mayor valor, que había que tenerlo miedo, “cuando venga tu padre vas a ver”. La última decisión la tenía siempre el hombre. El mandaba en la casa. Cuando el hombre grita la mujer se caya, y si el hombre se enoja puede ser peligroso. Mi padre nunca ejerció violencia física con mi madre, pero si con mi hermana. Ninguna de las cuatro mujeres pudimos hacer algo al respecto. Cuando niña no tenés herramientas para poder decir si alguna persona comete violencia sexual contra vos, no sabes cómo, ni cuándo y sentís que tenés la culpa. Con 7 años un short corto y apretado, la culpa fue mía, por eso ese pariente me toco mis partes intimas, lo provoque, ¿cómo voy a contarlo?, mi papá se enojará y me retará. Y cada noche que pasé en su casa no pude dormir, no pude decir que tenía miedo de ir, y cada situación de violencia simbólica que el ejerció en mí, la guarde como un secreto de Estado. Al mismo tiempo, por las tardes con mi amiga íbamos a la plaza, donde había una calesita, el señor que trabajaba en la calesita nos invitaba a entrar al motor de la misma en el centro, y ahí nos mostraba revistas pornográficas, ninguna de las dos decía nada, nunca lo hablamos, ninguna de las dos nunca dijo nada en su casa, el señor nos proponía que si mostrábamos nuestra ropa interior nos daba fichas para dar vueltas en la calesita, yo no me animaba, mi amiga si y nos quedábamos mayor tiempo jugando. ¿Cómo decir en casa esto?, si se lo decimos a mamá y no nos cree y ¿si se lo dice a papá y él se enoja? En la escuela no se hablaba de sexualidad, no se hablaba y no se habla de empoderamiento de las niñas y mujeres, entonces seguía un camino de aprendizaje fallado, no saber cómo decir que quería cuando tenía relaciones sexuales, como negociar mis cuidados en la salud sexual y en la salud reproductiva, el hombre es más fuerte, el hombre manda, la mujer debe complacer y así el hombre estará más feliz, por los siglos de los siglos nosotras complaciéndolos a ellos como sea y donde sea, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad. A los 19 años conocí un hombre que causaba daño emocional y disminución de la autoestima en mi persona, buscaba controlar mis acciones, comportamientos, creencias y decisiones, mediante hostigamiento, restricción, manipulación, aislamiento y celos excesivos. Esto lo puedo decir hoy a los 30 años, a los 19 años lo percibía pero no sabía cómo impedirlo. Este hombre cada día me pedía tener relaciones sexuales sin preservativo, y un día para complacerlo, por no saber decir que no, accedí, por los siglos de los siglos la mujer complaciendo al hombre, mandato familiar, mandato cultural, mandato social. El vivía con VIH, lo sabía, su rol histórico en la sociedad hizo que el mandara y que de esa relación desigual de poder saliera perjudicada en primera instancia adquiriendo el virus de VIH. 69


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