Capítulo III La caída de la principal imprenta del país, IMPRESOS VANNI s.a. /pág 49

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La respuesta llegó a la media hora; había recaído en el juez Pablo Eguren que la desestimó de inmediato. La policía se hizo presente y le comunicó a Sosa que tenían que acatar la orden de desocupación ellos también. «No hay problema, ¿pero de qué orden habla?», le consultó Sosa. «De esa que está ahí», le dijo el oficial mostrándole la puerta a un perplejo Sosa. La policía había pegado la orden de desalojo en la parte exterior de la puerta de la fábrica; ¿cómo la iban a ver los que estaban adentro si no podían salir? «Si no se van ellos primero, nosotros no nos vamos», dijo desafiante Venturini a la policía. Entre conversaciones y negociaciones transcurrieron los siguientes minutos; afuera llegaban camiones y camiones con gente que nada tenía que ver con la fábrica Vanni, como Plenaria y Memoria, los anarquistas, parte de los radicales, algunos integrantes del SAG (Sindicato de Artes Gráficas) y solo dos o tres dirigentes del PIT-CNT, a título personal, dado que la central había resuelto no apoyar ni a unos ni a otros. Finalmente Sosa y los suyos aceptaron dejar la fábrica primero pero bajo fuertes medidas de seguridad.

La salida fue la temida: gritos, insultos, huevazos, botellazos, piedras, intentos por dar vuelta el auto y violencia a más no poder. Incluso le rompieron el parabrisas al vehículo. El auto que conducía a los cuatro «contra-ocupantes» casi cae en manos de la enardecida turba que los esperaba afuera de la planta. Sin el cordón policial que por suerte se hizo, la historia habría sido más lamentable de lo que fue. A la hora ingresaron Venturini y los suyos a sacar sus pertenencias.


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