Literatura
Redactado por el estudioso bíblico Robert Anderson, el libro es una investigación exhaustiva centrada en la profecía de las setenta semanas de Daniel con respecto al Anticristo. Sobre la base de las Escrituras, presenta la segunda venida del hijo de Dios.
EL PRÍNCIPE QUE HA DE
VENIR
PARA LOS HOMBRES VIVIENTES ningún momento puede ser tan solemne como “el presente vivo” sean cuales sean sus características; y esta solemnidad queda inmensamente ahondada en una época de progreso sin paralelo en la historia del mundo. Pero surge la cuestión de si estos días en que vivimos ¿son sin comparación, por causa de ser, en el sentido más estricto, los últimos? ¿Está a punto de cerrarse la historia del mundo? ¿Está casi agotada la arena de su reloj, y está a mano el choque final de todas las cosas? Los pensadores profundos no permitirán que las disparatadas afirmaciones de los alarmistas, ni las extravagancias de los traficantes de profecías, les separen de una investigación que es a la vez tan solemne y tan razonable. Es solamente el incrédulo que duda que haya un límite predeterminado a este “presente siglo malo”. Que Dios impondrá un día su poder para asegurar el triunfo del bien es, en cierto sentido, digo evidente. El misterio de la revelación es, no que él lo hará, sino que espera hacerlo. Centrada en la profecía de las setenta semanas de Daniel con respecto al Anticristo, la obra “El príncipe que ha de venir” es una investigación exhaustiva publicada en 1882 que, sobre la base de las Sagradas Escrituras, presenta la segunda venida del Hijo del Dios. Redactada por el estudioso bíblico Robert Anderson, es una herramienta de aprendizaje imprescindible para aclaraciones, hermenéutica y escatología. “Daniel el profeta”. Nadie tiene un derecho más
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MOVIMIENTO MISIONERO MUNDIAL
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elevado a este título, pues así es como el Mesías lo denominó. Y aún así es indudable que el gran príncipe de la cautividad no lo hubiera pretendido. Isaías, Jeremías, Ezequiel, y el resto “hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”; pero Daniel no proclamó tales “palabras inspiradas por Dios”. Como el “discípulo amado” de los tiempos mesiánicos, él contempló visiones, y registró lo que