La congregación de los Muertos o el enigma de Emerenciano Guzmán

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No tengas miedo, insistió. No te van a hacer ningún daño. De acuerdo, dije, pero tampoco creo que los espíritus vengan a sentarse con uno a platicar como cualquier hijo de vecino, ¿no crees? No, confirmó, eso no, ellos van a encontrar la forma de comunicarse contigo. Me quedé pasmado. Si eso era verdad, probablemente en ese instante ya lo habían hecho. De otro modo, ¿cómo se explicaba que tan sólo con una escasísima información yo estuviera recreando situaciones que vivieron ellos en 1917, antes de ese año, y aun en el siglo diecinueve? Por otro lado, pudo haber ocurrido que yo estuviera tan obsesionado por aquellos sucesos que mi mente había creado esas presencias. Y así es, dijo Abdul. Tú les estás permitiendo llegar hasta ti. ¿Qué tal si ellos ya te han estado hablando desde la cuarta dimensión? (No tenía claro el significado de esta última frase. Me imaginé la cuarta dimensión como la cuarta pared de los actores, quizás por el uso común de la palabra “cuarta”.) ¿Has pensado en eso? Sí, dije después de un instante, parece congruente. Aunque yo creo que todos ellos no estaban en la cuarta dimensión, como tú dices, sino dentro de mí, es decir, en la primera. Y, por lo tanto, esas presencias son proyecciones a través de mis ojos. Ya iniciado en la reflexión, continué: El extremo fue cuando, un día, llegué a mi casa después de la media noche. El edificio estaba en silencio total. La luz de las escaleras parecía de otro planeta. Blanca, luminosa, sorda. Entré en mi departamento y, como si lo viera, pero no podía ser, ya que había un pequeño espacio junto a la cocina, antes de entrar en la sala, advertí, como a través de una pared de cristal, que allí estaba mi abuelo Emerenciano, esperándome, sentado, vestido con su traje oscuro. Lo percibí de tres cuartos o de perfil, sentado en uno de mis sillones, un poco reclinado sobre sus rodillas. No distinguí bien el rostro, ahora que lo digo, el rostro estaba un tanto borroso por la penumbra. Permanecía inmóvil. En silencio. Pero yo sabía que era él. Y me esperaba. ¿Y qué hiciste? No hice nada, contesté. Me seguí de largo. ¡Ah!, ¿ya ves? ¿Tú crees que si hubiera ido hacia él, dije, lo hubiera encontrado? Pues yo creo que no, añadí, sin dejar que me interrumpiera -porque él

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