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Relatos de caza

gió la mejor, y Javier, sigilosamente y con destreza, consiguió evitar ser localizado en tumbado en el suelo, con el rifle encarado y apoyado sobre la mochila. Apuntó, esperó y, cuando vio que el momento era suyo, apretó el gatillo. El momento ahora era del segundo. Con una cabra a las espaldas, nos dirigimos a la segunda. Acatamos la montaña desde sus faldas, avistando el pueblo en la copa. Entre los arbustos escondidos, pudimos divisar, a la centena de metros, otro pequeño grupo de cabras. El viento nos iba de cara. Podíamos nosotros apreciar ese aroma natural de cabra que bulle la sangre del rifle, que pone los nervios tensos y hace que el corazón lata a gran velocidad. Con la ayuda del guía, nuestra posición era inmejorable. Unas zarzas y otras de esas duras rocas nos servían como escondite. Apuntó el cazador, no tenía prisa, pero tampoco paciencia. El rifle temblaba como el ansia del que tiene su objetivo en la mira. No quiso esperar demasiado ante el ansiado trofeo.

da por la falta de fortuna de los tres hermanos. Comidas de esas donde el producto nacional se aprecia resguardado del viento. El queso fresco de la zona y los embutidos vivifican el espíritu. La fortuna se nos escapó por la mañana como lo hicieron las cabras por las montañas y sus crestas o bosques. La primera bala de la mañana, del mayor de los tres, silbando avisaba a la primera pieza de nuestra localización y les invitaba a escapar. Cerca había pasado la bala. Seguimos varios grupos de cabras que, a veces, en un momento rápido, daban con nosotros por medio de sus desarrollados sentidos. El viento a veces soplaba en contra y su olfato les espantaba, otras la agudizada vista de las cabras nos encontraba, y otras su oído escuchaba nuestros movimientos. Rápidos movimientos de rifle y de acomodamiento sobre el duro terreno eran irreversiblemente lentos ante la vigilancia de las presas. Así, de una manera o de otra, la mañana pasó poco fructífera. Por ello, el rifle cambió de dueño y entrada la tarde, la fortuna fue girada por el mediano. Las cabras en el objetivo, a unos 150 metros de distancia, de forma aguda se escaparon tranquilamente. Alguna debió dar la voz de alarma. La posición no podía haberse presentado mejor, pero el cazador fue lento. Al cabo de un par de horas sin suerte, Fernando, con buen criterio, nos trasladó a otro lugar, cerca del mismo pueblo, Vistabella. Ahí el viento nos invitaba a ser optimistas. La brisa, fresca contra la mano que apretó el gatillo, vio cómo la bala del mayor de los cazadores le atravesaba para atinar en el codillo de la primera presa de la cacería. Javier había dado con su primera cabra y la primera del día, un macho joven. Escondidos en un paseo cercano al pueblo, elevados sobre nuestras presas, observamos un grupo de cabras. Fernando eli-

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El tiro fue certero y alcanzó a la preciosa cabra. Esta, se escapó de la vista del cazador y se escondió tras unos matorrales. Tras rodear la montaña con el pequeño de los tres llevando el rifle, llegamos al lugar donde yacía, enormemente bonita, la cabra, hembra y perfecto ejemplar de la naturaleza hispánica. Con esta, la caza del día había llegado a su fin. Los cazadores, cansados por el bonito y largo día de caza, celebraron sus triunfos con un refrigerio en unos de esos amenos bares de pueblo. Con la simpática compañía de Fernando y de los amables dueños, relajaron los nervios y tranquilizaron los latidos. Con dos ejemplares de cabra hispánica vestidos con todos sus rasgos característicos, los cazadores se hicieron con los reyes de los pirineos hispánicos. Justos portadores de ese nombre, valorados trofeos de los mejores cazadores..

Juan de Villanueva


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