Juan josé hernández arregui imperialismo y cultura

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“Soy un revolucionario por convicción racional y sentimentalmente. Aprovecho la oportunidad para declararlo para que se me desprecie públicamente el día que deje de serlo.”

Elías Castelnuovo, en lugar de hablar de sí mismo, exhibirá su cédula de identidad. Juan I. Cendoya dirá: “Odio la literatura 'merengue', que es una infamia en este siglo en que el hombre permanece esclavo todavía. Mi sensibilidad, que siempre fue hermana de la caridad, pronta a la hermandad del sufrimiento, padeció duros y ásperos encontronazos. Sin embargo, yo también creo que 'el hombre es bueno'”.

Mezcla de lucha de clases, de filantropía cristiana y del sentimentalismo de un escritor de posguerra sin estatura como Leonard Frank, pero que por aquellos días parecía un revolucionario opuesto por su humanitarismo al pasivo acatamiento, a la transigencia cobarde de los intelectuales puros. Héctor Eandi, un provinciano, reproducirá el retorno a la realidad de los chacareros arrendatarios que han pasado bruscamente de la prosperidad de 1920 a la caída vertical de los precios de los cereales: “De allá traje este hombre solo, encariñado también con esa tierra donde los hijos del gringo, como yo, tratan de conquistar lo que diariamente están creando sin conseguir hacerlo suyo.”

Y Samuel Eichelbaum: “Soy judío y uno de los autores dramáticos que menos ganan en el país.”

Juan Guijarro expresará: “Mi vida... no tiene interés más que cuando se trata de vidas trascendentales. Beethoven, Tolstoi, Bakounine, Barret, Justo..., o cuando sin ser trascendentales se toman como un subterfugio para decirnos cosas hermosas o útiles. En este caso no es la vida lo que interesa, sino la obra de Arte que toma una vida por excusa.”

Eduardo Mallea, anunciando su próximo pasaje y enquistamiento en las “élites” literarias que adobarán su renombre literario, escribe:


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