Certamen Literario 2010

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Decido sacar mi catalejo del bolsillo y con él busco la aldea que a estas horas duerme. Todo permanece tranquilo y no aprecio ningún tipo de sonido o movimiento a mi alrededor. Solo el susurro del viento logra que permanezca despierto. De pronto, percibo un ligero sonido procedente del bosque que interrumpe mi silencio. Por la melodía supongo que se trata de duendes bralius. Siempre hubo leyendas sobre esta raza, y dudas sobre su existencia ya que nunca han sido vistos por nadie, se trata de seres que viven ocultos en sus guaridas, y su vida nocturna e ingenio para no ser vistos les hace ser casi invisibles al resto de criaturas. Se dice que son hijos de la luna, emisarios de la gran dueña de la noche aquí en el mundo terrenal, y que cada noche de luna llena suben a los árboles en lo más hondo de la noche para desde allí tocar sus instrumentos prohibidos con el fin de rendir culto a su diosa madre. De repente y sin previo aviso un objeto luminoso pasa sobrevolando mi cabeza como si de un rayo de luz se tratara perturbando así mi dulce tranquilidad. Tal inquietud hace que me levante, y echando un vistazo al suelo me doy cuenta de que no he sido el único al quien han robado la calma. Mi noble corcel esta despierto y alterado, moviéndose de un lado a otro como advirtiéndome de que algo se acerca y no supiera realmente de que se trata. Vuelvo a coger mi catalejo para buscar esa enigmática luz que tan rápido se ha escabullido y miro con él hacia el bosque. Todo es oscuridad y hojas moviéndose al son del viento pero de entre las ramas logro encontrar un minúsculo punto de luz que no para de moverse. De pronto no es una luz lo que veo, sino dos. Dos luces palpitantes que en décimas de segundo se multiplican en veinte, y al rato en cientos hasta el punto de ocupar todo ese desierto de oscuridad que en cada noche se convierte el bosque. Fascinado por lo que ven mis ojos y sin reacción posible, me mantengo inmóvil mientras observo como esas pequeñas luces ascienden del bosque lentamente surcando los cielos hasta el punto de volver a sobrevolar mi propia cabeza. Es aquí donde me doy cuenta de que dentro de cada esfera de luz se encuentra un pequeño ser con su diminuto cuerpo y sus elegantes alas de colores. Poco a poco cada criatura busca a una pareja para desde allí, en lo más alto del cielo, invitarla a bailar al son de la melodía que los duendes siguen tocando con sus instrumentos prohibidos. Mientras, mi noble corcel y yo seguimos observando perplejos la nube de hadas que nos separa de la luna. Decido sentarme y más calmado, me embriago suavemente de la magia que respiro, al mismo tiempo que ellas danzan como si de un último baile se tratara. Las veo jugar y reírse con la felicidad e inocencia de un niño, y me contagian provocando de mis labios una sonrisa, mientras que intento diferenciarlas con las estrellas, que aunque inmóviles, parpadean como queriendo también ellas ser participes de la magia del momento. Es el cielo de una noche de enamorados, de princesas que rescatadas por sus príncipes huyen de sus reinos para en lo más hondo de la noche jurarse amor eterno bajo este manto de luces que bailan, también es el cuadro perfecto del artista, el escondite de luciérnagas y la fuente de inspiración del poeta. Dirijo por un momento la mirada hacia mi corcel que intenta levantarse, pero la dulce melodía que penetra en sus oídos, hace que se sumerja en la más profunda de las somnolencias. Ahora solo quedamos yo y la luna como únicos testigos de la obra de arte


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