Ianua Mystica Nº6 - Marzo 2013

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LA SENDA DEL PARNASO

extinción y demostrad a Dios que se equivoca. Soy Eric… y estoy vivo.” Para cuando se admitió la utilización de armamento biológico ya era demasiado tarde. Las lamentaciones y las rendiciones ya no servirían para nada. Los planes de emergencia resultaron ineficaces a la postre. La humanidad había sido herida de muerte. Plauto dijo dos siglos Antes de Cristo: ―Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”. Aunque a Eric le gustaba mas la frase de Francis Bacon: “Iustitiae debetur quod homo homini sit deus non lupus”, con un pequeño matiz: no fue la justicia la que puso al hombre en lugar de Dios, sino la inteligencia. La misma que los destruyó. Eric pensaba que la razón había fracasado, pues el hombre sabio hubiera encontrado la manera de evitar la guerra. Pero cuando familias enteras comenzaron a morir, el sistema sanitario mundial se colapsó, y la única alternativa era aislar a los sanos… entonces se dio cuenta de que no era la razón lo que había perdido la raza humana, sino la cordura. “(Cinco años)… Hace tiempo que dejé de hacer algo por los cadáveres. Lloro todas las noches. Ahora es de noche. ¿Es posible que esté solo? Eso no tendría ningún sentido ¿Cuál sería mi misión entonces? Al escribir no intento aplacar mis lágrimas, la tristeza es el único sentimiento que experimento.” Eric interpretó el hecho de no verse afectado por ninguna enfermedad como una señal divina, a través de la cual Dios le pedía que se quedara con los moribundos antes de ir al centro de aislamiento. Y eso fue exactamente lo que hizo. Ni siquiera había una pizca de resignación en su ánimo, sólo aceptación sincera, y una entrega ciega a Dios. No encontró a nadie con vida. Lo más duro era ver a los niños; a veces los encontraba en brazos de sus madres, muertas después… o tal vez antes que ellos. Qué horrible debe de ser permanecer acurrucado en el regazo de una madre sin sentir los latidos de su corazón, esperando la muerte. “(Seis años)… Cada noche es una vida, cada día una eternidad. El tiempo también me castiga haciendo que todo parezca lejano. Pero la soledad no deja que los recuerdos se borren. Pensar en voz alta ya no me ayuda. Ni rezar tampoco. Si esto es un castigo, yo he recibido el mayor de todos… pero no sé de qué arrepentirme para que llegue mi salvación.” Un viaje de dos años hizo que regresara a casa con la certeza de que la soledad iba a ser algo más que una compañera eventual, y el horror un sentimiento al que se debería acostumbrar. Le resultaba imposible enterrar a todos los cadáveres que encontraba allá donde iba. Las columnas de humo se elevaban cientos de metros por encima de los rimeros de cuerpos sin vida, que Eric hacía pidiendo perdón, y auto-convenciéndose de que era lo mejor. Al principio cada hoguera desprendía el olor del combustible utilizado para avivar el fuego. Pero después, cuando las llamas devoraban la carne, el ambiente se tornaba hediondo, infestando todo cuanto tocaba. Era tan penetrante que los sentidos se confundían, y el olfato arrastraba al gusto hasta tal punto que la saliva

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Ianua Mystica


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