Niños perdidos

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Le dijiste a Stevie algo que jamás le habrías dicho si hubieras estado en tus cabales. —¿Conque me estoy volviendo loca? . Step suspiró. —¿De verdad crees que lo dije por inspiración? —le preguntó DeAnne. —¿Cómo voy a saberlo? Creemos que es posible, ¿verdad? Y desde luego, no le diré a Stevie nada que le haga dudar de tus consejos. Porque es cierto. A la larga, cada ser humano es responsable de sus propios actos. Stevie no podrá ocultarse detrás de nosotros diciendo que nos obedecía. Tendrá que plantarse ante el estrado de Dios y decir: «He hecho esto y aquello por tal razón.» —Pero sólo tiene siete años. —No es sólo un chico de siete años. Tú lo sabes. Es algo que una vez me dijo mi madre. Había momentos en que pensaba que quizás, antes de que todos hubiéramos nacido, cuando vivíamos con Dios en la preexistencia, tal vez sus hijos fueran mayores que ella. Tal vez fueran muy viejos y sabios, y Dios simplemente los retuvo hasta entonces porque necesitaba tener algunos de sus mejores hijos en la Tierra en los últimos días. Tal vez mi madre tuviera razón. No en cuanto a sus hijos, sino a los tuyos. —Tiene siete años, Step, aunque su espíritu sea muy viejo. —Dijiste lo que dijiste, y la hermana LeSueur dijo lo que dijo. ¿Y sabes una cosa, Pescadera? Me gusta mucho más tu versión. Ella le transmitió: Depende de mí, apóyate en mí, haz lo que digo, y te convertiré en un gran hombre. Tú le transmitiste: Apóyate en tus propios pies, toma tus propias decisiones, ya eres un hombre, y tal vez con el tiempo logres convertirte en un gran hombre. ¿Qué tiene de malo? —Me haces sentir muy bien, Chatarrero. —Es mi trabajo. Figuraba en el contrato matrimonial. Cuando la esposa se despierte en plena noche y necesite consuelo, el marido debe brindárselo o pasarse sin comidas calientes durante una semana. —Ah. En tal caso, estás respetando el contrato. —Hago lo posible. Pero aún así me pierdo la mayoría de las comidas calientes. —No por culpa mía. —Tal vez llegue el contrato de Agamemnon. Tal vez mañana. —Aunque no llegue, Step, aunque el señor Agamemnon o Akabakka... —Arkasian. —Aunque él haya cambiado de idea o cualquier cosa... Aunque eso quede en nada, todo se solucionará. —Ojalá tengas razón, Pescadera. —La tengo. Puedes estar seguro. Porque recibo inspiración ¿verdad? —A veces la das. A mí. Ella se le acurrucó y cerró los ojos, sintiéndose confortada preparada para dormir. —Me haces sentir muy bien, Chatarrero. Él le besó la frente. Luego DeAnne debió de dormirse, porque no recordó nada más hasta la mañana siguiente.


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