HUMANITAS 75

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AQUELLA PIEDRA, COMO UNA LOSA, DE NUEVO REMOVIDA

El Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé besan la losa de la unción, en el Santo Sepulcro de Jerusalén.

Un viaje de palabras sencillas y fulgurantes como rayos, de gestos inesperados, de confianza audaz en Dios, a quien pertenece la última palabra en la historia. El centro de gravedad de esta constelación de gestos y palabras solo podía ser la Basílica del Santo Sepulcro, porque como dijo Francisco ante el Patriarca Bartolomé y los jefes de las Iglesias de Tierra Santa, solo podemos “vivir nuestra vida, los afanes de la Iglesia y del mundo entero a la luz de la mañana de Pascua”. Y del mismo modo que lo imposible arrasó con todos los cálculos al verse removida la pesada piedra de aquel sepulcro, el Señor puede remover todos los obstáculos que ahora nos parecen insuperables. Los sucesores de Pedro y de Andrés se encontraron a las puertas de la Basílica y habían intercambiado un primer abrazo y el beso de la paz entre hermanos. Posteriormente se postraron para besar al unísono la piedra que según la tradición cubrió la tumba en que Jesús fue depositado tras su muerte. “La historia no se puede programar, dijo Bartolomé I en su saludo, pero la última palabra en la historia no le pertenece al hombre sino a Dios”. Afortunadamente. “Hoy nos hemos intercambiado un abrazo de amor para continuar el camino hacia la plena comunión en el amor y en la verdad”, prosiguió el Patriarca de Constantinopla. “El camino puede ser largo y fatigoso… sin embargo es la única vía que nos lleva a cumplir la voluntad del Señor: que todos sean uno”. Francisco pidió acoger la gracia especial de ese momento, redescubrir la grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de resurrección, no de muerte. “Aprendamos, en este lugar, a vivir nuestra vida, los afanes de la Iglesia y del mundo entero a la luz de la mañana de Pascua. El Buen Pastor, cargando sobre sus hombros todas las heridas, sufrimientos, dolores, se ofreció a sí mismo y con su sacrificio nos ha abierto las puertas a la vida eterna. A través de sus llagas abiertas se derrama en el mundo el torrente de su misericordia… No privemos al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección. Y no hagamos oídos sordos al fuerte llamamiento a la unidad que resuena precisamente en este lugar”.

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