HOTEL GRANADA

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90 casi encogido esperando esos breves instantes en los que el cuerpo transmite el calor y te haces cargo de la situación, eso si, si mueves diez centímetros un pié, el invierno estará allí esperándote. Dos o tres mantas pesadas amoldadas al cuerpo, harán el resto, expulsando "por presión" las corrientes de aire que caprichosamente recorrían la espalda a su antojo. Los días de excesivo frío, su madre solía "planchar" las sábanas antes de que se metiese dentro, una operación que habría que llevar a cabo con suma diligencia y coordinación, pues la sensación solo duraba escasos aunque intensos segundos. Con el ritmo de la ciudad teñido de diciembre, el hall de la plaza de abastos presentaba un aspecto tan especial como contar con la presencia de los gitanos, que sorteaban unos, un enorme pavo negro al que paseaban y al que daban de comer en la misma calle, a la vez que trataban de venderte unas papeletas; otros por el contrario, controlaban como podían bien amarrado por el cuello, un cochino blanco entrado en carnes, utilizando el mismo sistema de sorteo. Aquel trozo de papel rezaba así: "Será para aquel poseedor de la papeleta que coincida con los tres últimos números del primer premio de la Lotería Nacional". Aunque nunca llegó a conocer ni por terceras personas, a ningún "agraciado", para él que serían uno y otro, el banquete de estos clanes y las pesetas obtenidas con las papeletas las que regara la mesa de buen vino. Nunca supe que nadie reclamara tales premios y si lo hicieran ¿que habrían hecho con los animales?. Comprarles las papeletas debía ser un modo de solidarizarse con la penuria sin caer en la humillación de la limosna, ya se sabe que esta raza es muy orgullosa amén de inteligente. Los alrededores de La Plaza se adornaba también con muchos otros personajes: los loteros, estos si vendían décimos originales a cambio de una pequeña compensación a modo de comisión, las vendedoras de flores, sobre todo de claveles rojos y blancos, los churreros. Las nubes de vapor de la fritura, transportaban el aroma de una exquisitas ruedas de "tejeringos", ya fueran de "masa" o de "papas", los Llanes con sus lámparas y sus figuritas de todos los tamaños del "niño Jesús" en el pesebre, los gitanos de Portugal que traían sábanas y toallas, en las que un gallo negro rodeado de colorines era el mejor icono para saber que procedían del otro lado de la frontera, y los cafés que acordonaban el entorno, salpicando aquí y allí de desayunos mixtos, en los que tú aportabas los churros, y ellos el café y el aguardiente, el agua de fuego que decían los franceses, una bebida extraordinariamente fuerte si era de los que hacían en Zalamea La Real y que los hombres solían tomar si eran capaces de aguantarlo de un tirón, emulando a un John Wayne antes de salir disparado en busca de aventuras, los vendedores de porcelana, y de aquellos novedosos vasos de "duralex" que ya eran muy demandados por ser "irrompibles", además las fechas invitaban a la presencia de otros personajes mas casuales, cuya originalidad consistía en vender algún tipo de "invento" doméstico de elaboración propia y así sacar algunas pesetas, como el vendedor de desatascadores, que como si fueran plumeros se paseaba con aquellas varillas de metal, que culminaban en una espiral de filamentos flexibles, o aquel otro que vendía jaulas para pájaros, ya fuera para jilgueros o perdices, o el del cesto de caracoles o el de camarones frescos, junto a la Cuchillería de Aquilino, la chatarrería, o las traseras de las rotativas del diario Odiel, todos nosotros, personajes de aquella comedia, éramos actores que tejíamos nuestro drama envueltos por la plaza de abastos y sus fantasmas, regados de sonidos y olores, conformando la antesala de las compras y el posterior camino de retorno a casa.


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