Hostos Review/Revista Hostosiana #16

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del Diablo encubría los angustiosos gemidos de la joven, que llamaba día y noche a Samaritana. Algunos sirvientes vigilaban las inmediaciones. Al cabo de un año, a la víbora se le había pasado el enojo y comenzó a extrañar a Biancabella. Iba arrastrándose por el pasto del jardín de José con aire de preocupación. Se enlazó al tronco del árbol de gruesas raíces, y se deslizó hacia las ramas altas. Enroscada su cola en la más fina, estiró el cuello para ver en toda su extensión el ancho Río de la Plata; y allí meditó. Estaba a punto de desatarse la tormenta; las aguas marrones estaban revueltas cerca de la orilla. Y fue entonces, bajo el gris y turbulento cielo, que Samaritana decidió declarar la guerra contra los palacios. La primera medida fue enviar una plaga de polillas a tres centros estratégicos: el palacio central de Ciudad de Buenos Aires, el de Santa Rosa de la Pampa, y el viejo palacio de Gualeguaychú. Una mañana encapotada, el cielo se abrió en las tres ciudades argentinas y cayeron como de una bolsa rota gordas polillas que entraban en tiendas y blanquerías y devoraban la ropa de las personas. Los vecinos se veían obligados a refugiarse dentro de sus casas y a cerrar puertas y persianas para protegerse de los insectos pavorosos. Durante siete días y siete noches, las polillas azotaron las metrópolis con sus cuerpos hinchados, tragándolo todo al paso, incluso los containers con basura y todos el contenido desparramado, carne podrida y estiércol de palomas. El CEO encontró en el combate contra la plaga una oportunidad única para desarrollar un agroquímico de la multinacional prohibido en Canadá y lo ofreció al gobierno argentino para fumigar con él todos los jardines de Buenos Aires, Pampa Húmeda y Litoral, logrando sofocar rápidamente los tres focos y exterminando a su vez todo bicho que caminaba y pájaro que volaba, y a los míseros renacuajos que subsistían aún en el Río de la Plata, Río Uruguay y en la Laguna Don Tomás de La Pampa; estanques, piletones, e incluso tachos con agua. En este feroz contra-ataque, Samaritana cayó gravemente enferma. Clamaba por Biancabella. Apenas ganada la primera batalla, el CEO y los palacios vislumbraron que una guerra extendida en el tiempo representaba una gran ocasión de incrementar ganancias, y decidieron aceptar una recomendación de la reina de Inglaterra para asistir a una cumbre en Suiza con el objetivo de defender al planeta de futuras plagas. Allí los invitados fueron agasajados con manjares para saciar su gula y con mancebas y mancebos para fornicar en los hoteles. Se había corrido la voz de que esa noche llegarían miembros de la marina norteamericana. Al cabo de unos días, la víbora se repuso, pues muy grande era su poder. Decidió entonces unirse a las monjas, compañeras de colegio de Biancabella y a José para llevar a cabo un segundo y definitivo ataque. El grupo se apersonó ante la puerta de la mansión en la que vivían Jonás y la hija de Melisa, a quien ésta había hecho pasar por Biancabella. La táctica exigía, como primera medida, desenmascarar a Melopea ante el novio. —¡Vos no sos Biancabella! —gritó una monja, siguiendo al pie de la letra el plan ideado por Samaritana. Estaban ahora bajo la gran araña de caireles del living de la mansión de Jonás. —¡Biancabella está en peligro! –exclamó una compañera de colegio de la cautiva.

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