Forestar 8 - España, entre olas de calor, noches sin tregua y lluvias extremas

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España, entre olas de calor, noches sin tregua y lluvias extremas: la cuenta atrás climática

El cambio climático es un fenómeno global, que afecta a todas las regiones del planeta. Sin embargo, es la cuenca mediterránea la región que sufre su impacto de manera más intensa, razón por la que figura entre las áreas más vulnerables del mundo (Giorgi, 2006). España, y por ende, el litoral mediterráneo, como parte de este espacio geográfico, han experimentado los efectos del calentamiento global, evidenciados por un incremento progresivo de las temperaturas medias y un aumento en la frecuencia e intensidad de fenómenos extremos, tales como las olas de calor, los incendios forestales, el aumento de las noches tropicales (ya viéndonos obligados a acuñar nuevos términos, como tórridas o ecuatoriales, por superar ese umbral), y las precipitaciones torrenciales asociadas a las tristemente famosas DANAs (Depresión Aislada en Niveles Altos).

El episodio del 29 de octubre de 2024, que provocó lluvias torrenciales, inundaciones y enormes pérdidas materiales en la Comunidad Valenciana, es un ejemplo tangible de las consecuencias del calentamiento global. Las más de 225 víctimas mortales, es una cuestión que va más allá del cambio climático, yqueentra directamenteenlosfallosmanifiestos tantodelos sistemas de alerta como de la gestión de la emergencia. A ello se añade que estamos en un territorio altamente vulnerable, debido en gran parte a la ocupación irracional de áreas inundables, especialmente desde el periodo desarrollista del pasado siglo hasta nuestros días.

En lo que respecta a las precipitaciones torrenciales, es cierto que se trata de fenómenos característicos del clima mediterráneo, pero su frecuencia e intensidad se ven amplificadas por el calentamiento del aire y del mar. El aumento de la temperatura del agua en el Mediterráneo occidental está alcanzando valores superiores a los 28°C en los veranos de los últimos años, lo cual favorece una mayor evaporación, a la vez que aporta energía adicional a la atmósfera, creando las condiciones idóneas para precipitaciones extremas. Estos fenómenos no pueden ser considerados eventos aislados. Antes, al contrario, deben interpretarse como manifestaciones de procesos climáticos, que se intensifican debido al calentamiento global, resultado del desajuste provocado en el balance energético planetario por las actividades humanas.

AlolargodelCuaternario,latemperaturaylaconcentracióndegasesdeefectoinvernadero(GEI) han fluctuado entre periodos glaciares e interglaciares debido a variaciones en los parámetros orbitales de la Tierra, que alteran la energía solar recibida. El análisis de testigos de hielo en Groenlandia y la Antártida ha permitido reconstruir la evolución atmosférica del último millón de años, evidenciando que los periodos cálidos registraban mayores concentraciones de dióxido de carbono (CO₂) y metano (CH₄), mientras que en los periodos fríos estas disminuían (MassonDelmotte et al., 2013).

Durante los últimos 800.000 años, las concentraciones de CO₂ se mantuvieron en torno a 300 ppm. La Revolución Industrial alteró este equilibrio, con un aumento sostenido de las emisiones de GEI y cambios en el uso del suelo. Así, en los últimos 150 años se han superado los 400 ppm (Peixoto y Oort, 1984). Este incremento, junto con el aumento de metano y óxido nitroso (N₂O), han intensificado el efecto invernadero (Figura 1), provocando un aumento global de la

temperatura de 1,2°C respecto a la era preindustrial, más acusado en continentes (1,5 °C) que en océanos (0,7 °C).

Figura 1. Evolución de las concentraciones de gases de efecto invernadero desde mediados del siglo XIX: dióxido de carbono (CO2 en verde), metano (CH4, en naranja) y óxido nitroso (N2O en rojo) obtenidos a partir de testigos de hielo (puntos) y de mediciones atmosféricas directas (líneas). Fuente: Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (2016).

Respecto a las precipitaciones, desde inicios del siglo XX, las precipitaciones han aumentado en latitudes medias del hemisferio norte. Sin embargo, desde la década de los 50 del siglo pasado, no por casualidad, coincidiendo con la Gran Aceleración (Agencia Europea del Medio Ambiente, 2021), se ha intensificado la frecuencia e intensidad de las precipitaciones torrenciales, especialmente en América del Norte y Europa. El sexto informe del IPCC (2021) advierte de la intensificación del ciclo hidrológico, con precipitaciones más intensas, y con ello de inundaciones, así como de la cara opuesta de la moneda, es decir, las sequías. La alteración de los patrones de precipitación es ya un hecho que se está traduciendo en un aumento de las precipitaciones en latitudes altas, una disminución en las regiones subtropicales, y una elevada variabilidad regional en las precipitaciones monzónicas.

La tasa de calentamiento de los océanos se ha más que duplicado desde 1993, y el aumento del nivel del mar se está acelerando, por un lado, a consecuencia de la pérdida del hielo de Groenlandia y la Antártida y, por otro, debido a la expansión térmica del océano por el aumento de la energía almacenada. Las proyecciones actuales estiman un incremento del nivel medio del mar de 0,84 metros para finales de siglo. Además, la absorción de CO₂ acidifica los océanos, afectando gravemente los ecosistemas marinos (IPCC, 2021).

La cuenca mediterránea es considerada un hot-spot del cambio climático debido a su alta sensibilidad al calentamiento global (Figura 2). Desde finales del siglo XIX, la temperatura en la región ha aumentado 1,4°C, superando la media global de 1,1°C (Cramer et al., 2018). Sin embargo, en España, el incremento ha sido aún mayor, con 1,7°C desde la época preindustrial, concentrándose la mayor parte en los últimos 60 años (Figura 3). Las temperaturas máximas han subido a un ritmo de 0,6°C por década desde los años 70, especialmente en la orla mediterránea de la península, de Girona a Málaga, donde se han reducido los días fríos y aumentado los cálidos (González-Hidalgo et al., 2016).

Figura 2. Anomalías de temperatura media anual del aire respecto al periodo 1880-1899 en la cuenca mediterránea (azul) y en global (verde) y suavización. Fuente: Cramer et al. (2018).

En esecontexto,lasolas decalor han aumentado demanerasignificativa desdela décadade 1990, con récords diarios cada vez más frecuentes. Desde 1951, los días extremadamente cálidos se han multiplicado por once en comparación con los fríos. Esto ha supuesto el aumento de las noches tropicales (mínimas ≥20°C), con el mayor aumento en el sureste español, mientras que Galicia, el Cantábrico occidental y la Meseta Norte apenas han registrado variaciones (AEMET, 2020).

Figura 3. Anomalía de la temperatura media diaria en la España peninsular (1916-2022) respecto a la media del periodo 1951-2010 (datos: Sandonis et al., 2021 y AEMET, 2022)

En cuanto a las precipitaciones, no se observan cambios significativos en el volumen total anual, aunque la distribución ha variado. Diversos estudios indican una disminución de las lluvias en el norte y sureste peninsular desde 1949 (Miró et al., 2018). Además, se prevé un aumento en la frecuencia e intensidad de precipitaciones torrenciales, especialmente en el litoral mediterráneo (Estrela et al., 2022), lo que agrava la vulnerabilidad de la región debido a la presión sobre los recursos naturales (IPCC, 2021).

El calentamiento del Mediterráneo también es preocupante. Entre 1940 y 2005, su temperatura ha aumentado hasta 0,5 °C en zonas costeras, con un calentamiento superficial de 0,09°C/año en la

última década, reflejando una creciente absorción de calor oceánico (IPCC, 2021). Muy preocupante son las olas de calor marinas que en el Mediterráneo han aumentado en frecuencia, duración e intensidad desde 1982, con una aceleración notable en las últimas dos décadas debido al rápido calentamiento de la temperatura superficial del mar (Pastor et al., 2023). Este incremento, 3,7 veces superior al promedio global, alcanza tasas de 0,035 °C/año. Su impacto se agrava cuando coinciden con olas de calor atmosféricas, amplificando el calentamiento marino en regiones como el Mediterráneo occidental y el Adriático (Figura 3)

Figura 3. Tendencia de la frecuencia anual de días de MHW (1982-2021). Los puntos negros (mayores) muestran áreas con significación por debajo del 95 % (Pastor and Khodayar 2023).

Además, el aumento de la temperatura del agua del mar intensifica eventos meteorológicos extremos, como lluvias torrenciales y medicanes, al incrementar la evaporación y la humedad atmosférica, generando tormentas más intensas y condiciones atmosféricas inestables que potencian fenómenos extremos y generan grandes riesgos. Y, por otro lado, hay que tener en cuenta, que este riesgo no solo afecta al territorio de la cuenca mediterránea. Algunos estudios realizados para el período 1985 al 2005 en Europa, mostraban que un número bastante elevado de episodios muy intensos de precipitaciones torrenciales, que se producen en Centroeuropa fuera de los meses invernales, tenían una recarga de origen mediterráneo (Estrela et al., 2008)

Uno de los desafíos en la investigación del cambio climático es evaluar con precisión los factores que inciden a nivel regional y local. En la Comunidad Valenciana, la identificación de tendencias a largo plazo en temperatura y precipitación, particularmente en áreas estratégicascomo las zonas montañosas y las cabeceras de los ríos, ha sido complicada hasta tiempos recientes. Esto se debe a la escasez de series de datos largas en estos sectores y, hasta hace poco, los análisis se basaban en registros largos pero procedentes, en su mayoría, de ubicaciones costeras. Sin embargo, el desarrollo de técnicas de downscaling o regionalización estadística avanzada, como los modelos de redes neuronales y algoritmos estadísticos sofisticados, ha permitido superar esta limitación.

Así, los estudios recientes muestran que el calentamiento se intensifica en zonas montañosas e interiores, con un incremento de temperaturas máximas superior al de las mínimas. Algunas áreas han registrado aumentos de hasta 1,5°C, con un adelanto del verano al mes de junio. Esta modificación del clima conlleva una reducción del confort térmico, lo que puede traducirse en un aumento del riesgo de mortalidad por estrés térmico. Desde 1950, las noches tropicales se han triplicado en la orla mediterránea, pasando de 20 a 60 -70 por año (Olcina et al., 2019).

Encuantoalasprecipitaciones, loscambiossonigualmentemuyimportantes,sobretodoteniendo en cuenta que la escasez de agua está muy presente en orla mediterránea, con los consabidos conflictos que todo ello genera. Los datos ponen de relieve una tendencia negativa en las cabeceras de las cuencas del Júcar y Segura. En el Júcar, la reducción de precipitaciones alcanza el 20 % en su cabecera, y entre un 10 % y 15 % en el interior y centro de la cuenca (Miró et al., 2018). Esta reducción afecta especialmente a lluvias moderadas (10-40 mm), esenciales para la recarga hídrica y la estabilidad del caudal (Figura 4 - A) Por otro lado, al sur del Golfo de Valencia, las precipitaciones de génesis mediterránea, es decir, las que están relacionadas con las ciclogénesis mediterráneas o temporales de Levante de importante recarga mediterránea, y con carácter muy torrencial, se han visto incrementadas, lo que conlleva un aumento del riesgo de inundaciones y la agresividad del oleaje costero (Figura 4 - B)

Figura 4. Cambios en la precipitación anual entre los periodos 1955-1985 y 1986-2016 (A). Cambios en las precipitaciones torrenciales mayores a 100mm/día entre los periodos 1955-1985 y 1986-2016, comparando los volúmenes totales medios caídos cada 4 años móviles a lo largo de los 31 años de cada periodo (B). Fuente: Miró et al. (2018).

El cambio climático también amenaza la biodiversidadmediterránea, quealberga 25.000 especies vegetales, la mitad de ellas endémicas (Quézel, 1999). Muchas de estas especies, refugiadas en zonas elevadas tras la última glaciación, son altamente vulnerables al calentamiento térmico y podrían ver reducido su hábitat (Ohlemueller et al., 2008). Para evaluar estas transformaciones, el índice de termicidad de Rivas-Martínez ha demostrado ser un indicador clave del cambio bioclimático (Monteiro-Henriques y Espírito-Santo, 2011). Los análisis realizados en la Comunidad Valenciana para el período 1948-2011 muestran una regresión significativa en los termotipos situados en cotas medias y altas, especialmente en los pisos Orotemplado, Supratemplado y Supramediterráneo, lo que sugiere una elevada vulnerabilidad a ese calentamiento térmico

(A)
(B)

Estas tendencias coinciden con las observadas en otras regiones montañosas de latitudes medias y con las proyecciones del IPCC sobre el cambio climático. Aunque los resultados no prueban cambios efectivos en la distribución de especies, sirven como herramienta para detectar alteraciones en los ecosistemas y orientar futuras investigaciones en ecología y biogeografía.

Con este cúmulo de evidencias, solo resta dar respuesta a la pregunta ¿qué futuro nos espera?

No hay duda que, en las próximas décadas, el calentamiento aumentará en todas las regiones del planeta, afectando de manera intensa a las regiones más vulnerables, entre ellas, a la cuenca mediterránea.

Las simulaciones climáticaspara España, basadas en escenarios de emisiones, prevén un aumento continuo de las temperaturas durante lo que resta del siglo XXI, con diferencias notables entre valores máximos y mínimos. En escenarios de reducción moderada de emisiones, es decir, de mitigación moderada (RCP4.5), las previsiones indican que las temperaturas no se estabilizarían hasta finales de siglo, lo que supondría un aumento de aproximadamente 2,5ºC. Para el caso específico de la Comunidad Valenciana, bajo este escenario, en 2050 se prevé un incremento de entre 2 y 3°C en la temperatura media anual, mientras que las olas de calor serán más intensas y frecuentes, pasando de los 5-10 días al año que estamos teniendo, a 20-30 días al año en las próximas décadas, con las importantes implicaciones que ello tiene, de todo tipo. A nivel estacional, el verano es la estación que registrará los mayores aumentos térmicos, mientras que el otoñomostraráunatendenciatambiéncreciente,peromásmoderada. Porsuparte,en unescenario de altas emisiones (RCP8.5) las proyecciones para la península ibérica indican que se podrían superar los 5ºC, siendo igualmente las estaciones de verano y otoño las más afectadas, pero obviamente con efectos mucho más intensos. Entre estos, las proyecciones sugieren un aumento de la amplitud térmica diaria, con consecuencias muy importantes en términos de salud pública y estrés sobre los ecosistemas.

A nivel global el aumento previsto de temperaturas no se distribuye de manera homogénea. Hay ámbitos o regiones donde los impactos pueden ser aún más extremos. Así, por ejemplo, en el peor escenario (RCP8.5), ciertas regiones podrían experimentar aumentos superiores a los 10 °C, lo que supondría un punto de inflexión especialmente grave para numerosos ecosistemas. Un claro ejemplo es el Ártico, donde en el escenario de menores emisiones (RCP2.6), ya se prevén importantes pérdidas en la capa de hielo, mientras que en el de mayores emisiones (y, por tanto, de mayor calentamiento), el colapso total del hielo marino sería prácticamente inevitable.

Enunplanetamáscálidoelciclohidrológicoseintensifica,conunaumentodelasprecipitaciones Sin embargo, en línea con lo señalado anteriormente, su distribución sería muy desigual. Así, las proyecciones que recoge el IPCC muestran, en primer lugar, que habría un aumento significativo de las precipitaciones en latitudes altas; en segundo lugar, un descenso importante en el mediterráneo y, por último, una alteración también muy destacada de las precipitaciones asociadas a los regímenes monzónicos

Las consecuencias del aumento de latemperatura enlas últimas décadas ya hantenido unimpacto significativo tanto en los ecosistemas como en las sociedades humanas. Además, la creciente exposición a fenómenos climáticos extremos ha acentuado la vulnerabilidad de amplias poblaciones. Incluso en los escenarios más optimistas, esta tendencia continuará agravándose en el futuro. De hecho, en 2015, a través del Acuerdo de París y conscientes de la gravedad del problema, los países firmantes ratificaron su compromiso de limitar el calentamiento global muy por debajo de los 2°C, con el objetivo adicional de no superar los 1,5°C.

Este margen, aunque pueda parecer reducido, es crucial, ya que cada fracción de grado adicional tiene repercusiones significativas sobre los ecosistemas y la habitabilidad del planeta. De hecho,

no superarlo supondría una reducción considerable de los riesgos y efectos catastróficos del cambio climático. Por contra, superar esos límites conllevaría un aumento significativo de estos riesgos, con la intensificación de fenómenos extremos. Tendríamos así sequías más prolongadas, olas decalor másintensas yprecipitaciones más violentas, que podríancontinuar desencadenando grandes y posiblemente más intensas inundaciones. Estos eventos, cada vez más frecuentes en las últimas décadas, amenazan tanto la biodiversidad como la seguridad y el bienestar de la población. Adicionalmente, en esas situaciones, cuando no se dispone de sistemas de emergencia, onoseactivanadecuadamente,lapérdidadevidashumanaspuedeserespecialmentegrave, como hemos tenido ocasión de comprobar el 29 de octubre de 2024 en Valencia. Efectivamente, en el año 2024 la temperatura media global del planeta ha sido de 1,5°C, y esa DANA es una sus consecuencias (no así la pérdida de tantas vidas humanas, que deriva de la nefasta gestión del sistema de alerta a la población). No somos los únicos que estamos sufriendo las consecuencias de eventos climáticos extremos. Cabe recordar que, pocos días después, en noviembre de 2024, al otro lado del planeta, California padeció incendios extraordinarios, denominados ya de sexta generación, con el desalojo de más de 10.000 personas y más de 3.500 viviendas pasto de las llamas. Más próximo a nosotros, Portugal ha padecido este tipo de incendios en junio de 2017 (con más de 65 víctimas mortales), precedido, no por casualidad, por una intensa ola de calor. Algo similar ocurrió ese mismo año en Chile, o en Australia en 2020. Incluso en regiones enlasque, enprincipio,no esperaríamos estetipo de grandes incendios,como Canadá, también los han padecido, como los de junio de 2023 (coincidiendo con el verano más caluroso en los últimos 75 años). Y precipitaciones extraordinarias, con la consecuencia de inundaciones intensas, también hemos tenido en regiones europeas no mediterráneas, como, por ejemplo, por citar las más recientes, las causadas por la borrasca Boris en septiembre de 2024, a su pasopor Europacentral,con al menos 18 víctimas mortales. Lalista de eventos extraordinarios sería ya especialmente larga, pero lo que es evidente y pone de relieve es que los fenómenos extremos son cada vez más frecuentes y con consecuencias más catastróficas, también en vidas humanas.Portanto,el cambioclimáticonosoloafectaalosecosistemas,tambiénmata,yninguna región del planeta está a salvo, y menos aún la cuenca mediterránea.

Ante tantas evidencias, y previsiones tan claras, todas ellas en la misma dirección, las acciones urgentes de mitigación y adaptación al cambio climático en general, y a los fenómenos extremos enparticular,yanosonunaopción,sonunatotalyclaraobligación.Porello,todos,desdenuestros responsables públicos, a todos los niveles, hasta los ciudadanos, debemos implicarnos en el diseño, puesta en marcha y aplicación adecuada y urgente de medidas mitigación, pero también de adaptación y prevención. Y, para todo ello, el tiempo es un factor crítico, porque el calentamiento global y sus efectos son ya irreversibles, pero la magnitud que alcance en los próximos años y décadas depende de las decisiones que tomemos hoy.

En línea con esto último, cabe recordar que la persistencia de los gases de efecto invernadero en la atmósfera hace que el calentamiento global de las próximas décadas dependa de las emisiones acumuladas en el pasado. El carbono puede permanecer en la atmósfera durante siglos (y mucho más en el caso del metano), lo que hace que mantener la actual tendencia de emisiones conduzca aunaumentodetemperaturasprácticamenteirreversible.Sinembargo,segúnel GrupodeTrabajo I del IPCC, una reducción drástica y sostenida de las emisiones mejoraría la calidad del aire rápidamente, aunque la estabilización de las temperaturas globales requeriría entre 20 y 30 años.

Ante este panorama, no podemos cerrar los ojos, porque ya conocemos y hemos sufrido sus efectos. Hay que llevar a cabo, sin demora, transformaciones profundas en los modelos de producción, consumo y transporte, involucrando a gobiernos, sectores productivos y ciudadanos. Cabe recordar aquí las reflexiones y orientaciones que, en esta línea, ha planteado recientemente un amplio panel de expertos sobre “Cambio climático y territorio en el mediterráneo ibérico” (Romero y Camarasa, 2025).

En definitiva, sin reducciones inmediatas y a gran escala, alcanzar los objetivos climáticos será inviable, con las consecuencias ya conocidas para la viabilidad de los ecosistemas y el bienestar humano. Perotambién es posibleactuar aescalaregional ylocal, yel momento deactuares ahora Actuar es obligación de todos, por nosotros mismos y, sobre todo, por las generaciones futuras, por nuestros hijos y sus descendientes. Preservar el planeta y, con ello, nuestro futuro, es una responsabilidad ineludible y de todos, y la cuenta atrás climática avanza inexorablemente

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