modernidad

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~njeros o, al menos, lo intentan. La ideología nacionalista, dice John Breully, «no es una expresión de la identidad nacional (cuando menos, no hay método racional alguno que muestre que eso es así) ni la invención arbitraria de los nacionalig.. tas para fines políticos. Surge de la necesidad de dar sentido a Jos complejos ordenamientos social y políticO».20 Lo que ha de colmarse de ~nti~o primeramente, hecho que le hace soportable, es una situación en la que la tradicional y manida dicotomia de amig~s y enemigos no puede aplicarse fácticamente ~n tanto guia insuficiente para el arte de vivir. El estado nacIonal se propone primeraments con el objetivo de ocuparse del problema del extranjero, no de los enemigos. Es precisamente este rcu:go específico el que le diferencia de otras organizaciones SOCIales supraindividuales. A diferencia de la tribu, el estado-nación extiende sus nor~as .a un ~erritorio antes de contar con la obediencia de los súbditos. SI las tribus pueden asegurar la colectivización n la d . ecesana e amigos y enemigos por medio de procesos idénticos de atracció~ y repulsión, autoselecci6n y autoseparacíon, los estad~ .r:mClOnales deben reforzar la amistad donde no fluye por SI rrusma. Los estados nacionales deben corregir artificialmente los desmanes de la naturaleza (crear lo que la naturale, za no consumó por omisión). En el caso del estado nacional la colectivización de la amistad requiere adoctrinamiento ' fue~; el. artificio de la realidad construida legalmente; y ,; mOVlI~zacI6n de la solidaridad con una comunidad imaginada (térn~Ino a~ropiado propuesto por Benedict Anderson) de cara a universalizar los patrones cognitivoslconductuales asociados con la amistad dentro de los límites del país. El estado nacional redefine a los amigos como nativos; dispone conceder derechos «s.ó.lo a los amigos», a todos los residentes -familiares o no-familiares-e- del territorio sometido a su autoridad. Y více. versa, .se otorgan los derechos residenciales sólo si semejante e~tensIón de la amistad es deseable (aunque esa apetencia es disfrazada como «víabílídad»). Por ello, el nacionalismo aspira

a la materialización estatal. Por ello, el estado produce nacionalismo. Por ello, a lo largo de la era moderna, dos siglos concretamente, el estado ha sido imperfecto e impotente como estado sin nacionalismo -hasta el punto de ser inconcebible el uno sin el otro. Se ha subrayado repetidamente en todos los análisis de los estados modernos que estos «pretenden reducir o eliminar too das las lealtades y divisiones dentro del país, que puedan detener el tránsito hacia la unidad nacionale.>' Los estados nacionales privilegian «la condición de nativo» y construyen sus sujetos como «nativos». Favorecen y refuerzan la homogeneidad étnica, religiosa, lingüística. cultural. Están comprometidos con la labor de promocionar actitudes compartidas. Construyen nudos de enganche con la memoria histórica y suprimen aquellos referentes que no se adecuan a la tradici6n compartida -ahora redefinidos como «nuestra herencia común». Exhortan a una misi6n común, a una suerte común, a un destino común. Producen, legitiman y proporcionan un soporte tácito, una animosidad que se mantiene firme en la remota unión sagrada.P El nacionalismo promueve la uniformidad. Dicho de otro modo, el nacionalismo es una religión de la amistad; el estado nacional es la iglesia que obliga a los súbditos a la realización de prácticas culturales. La homogeneidad reforzada estatalmente es la práctica de la ideología nacionalista. Boyd C. Schafer afirma ingeniosamente que dos patriotas tuvieron que ser realizados. La naturaleza era estimada por todo el siglo xvnr, pero no podía confiarse a ella el desarrollo del hombre sin complemento alguno». El nacionalismo consistía en un programa de ingenieria social y el estado nacional era su faetona. Al estado nacional le fue asignado el papel de jardinero colectivo, orientado al cultivo de los sentimientos y destrezas adecuadas para progresar. «La nueva educación», escribió Fichte en sus Discursos de 1806:

21. Boyd C. $chafer. Natiollallsm, Mylh and Ri!aJity. Londres. Gollancz. 1955. pp. 1l9. 121.

20. John BreulIy, Nationa/ism and the Slate, Manchester Maru;hoster Uo·,

Press, 1982. p. 343.

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22. cr. Peter Alter. NaJionallsm (trad. Sluart Mckinnon-Evans). Londres, Amold. 1989, pp. 7 ss.

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