3. El queso y los gusanos

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interés por estos temas no había quedado circunscrito a clases sociales más elevadas. El costalero, la criada y el siervo hacen del libre albedrío anatomía y tortas de la predestinación, escribía a mediados del siglo XVI el poeta satírico Pietro Nelli, alias maese Andrea da Bergamo. Pocos años antes, los curtidores napolitanos, después de oír los sermones de Bernardino Ochino, discutían apasionadamente sobre las epístolas de san Pablo y sobre la doctrina de la justificación. El eco de los debates sobre la importancia de la fe y de las obras para alcanzar la salvación surgen en contextos inesperados, como es el pliego de descargos presentado por una prostituta a las autoridades de Milán. Se trata de ejemplos elegidos al azar, pero que podrían multiplicarse fácilmente. Sin embargo, todos ellos tienen un factor común: todos, o casi todos, se dan en la ciudad. Un indicio, entre tantos, de la profunda separación que se había producido con el tiempo entre ciudad y campo en Italia. La conquista religiosa del campo italiano, que quizás los anabaptistas habrían intentado de no ser desarticulados casi inmediatamente por la represión religiosa y política, la efectuarían unos decenios más tarde bajo un signo bien distinto, las órdenes religiosas de la Contrarreforma, los jesuitas en primer término. Esto no significa que durante el siglo XVI en el campo italiano no existiera ningún tipo de inquietud religiosa. Pero tras el fino velo que aparentemente cubría temas y términos de las discusiones de la época, se entrevé la presencia masiva de tradiciones diversas, mucho más antiguas. ¿Qué tiene que ver con la Reforma una cosmogonía como la que describe Menocchio —el queso primordial del que nacen los gusanos, que son los ángeles? ¿Cómo vincular con la Reforma afirmaciones como las que atribuyen a Menocchio sus paisanos —«todo lo que se ve es Dios, y nosotros somos dioses», «cielo, tierra, mar, aire, abismo e infierno, todo es Dios»? Mejor atribuirlas, provisoriamente, a un sustrato de creencias campesinas, de muchos siglos de antigüedad, pero no del todo borrado. La Reforma, al romper la costra de la unidad religiosa, lo hizo 52


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