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la vista de lo expuesto por Norreys. Y suerte estaba ya echada. Era el 26 de eso que los ingleses todavía descono- mayo de 1589. cían que el Cardenal Alberto estaba En torno a diez mil efectivos, casi toya preparando la defensa de Lisboa y dos de infantería, otros hablan de unos salvaguardando el sillón real para Fe- doce mil, tomaron bajo el mando de lipe II. Y es que este cardenal, Archi- Sir John Norreys, el camino de Lisboa, duque de Austria, hijo del emperador una vez asegurada la plaza, cosa bien Maximiliano II, nieto de Carlos I de fácil dado que la fortaleza estaba bajo España y sobrino de Felipe II, ya esta- el mando de un partidario de Don ba activando todas las defensas hispa- Antonio, por lo que rindió bien pronnolusas, como Inquisidor General de to el lugar, asegurándolo además para Portugal y Virrey, para hacer frente a la causa del Prior. Aunque dejaron en la amenaza anglo-holandesa, con efi- el fondo del mar casi cien hombres, y cacia verdaderamente encomiable y varias barcazas, en número superior a diabólica. El tiempo ganado en Coru- la docena, todos ellos hundidos por la ña se demostraría definitivo. mala mar que estaba haciendo. El Cardenal Alberto actuaba como verdadero mandatario, dando un carácter regio a la presencia de España en su país vecino, y de ahí que Portugal siguiera considerándose como un verdadero reino dentro del Imperio Español. Tenía poder sobre el ejército, del que era jefe supremo, sobre la economía, finanzas y riquezas de territorio portugués y sus colonias de todo el mundo, y gozaba de enorme ascendiente social. Era todo un referente para los portugueses, y un verdadero cancerbero de la presencia y el poder de Felipe II en aquellas tierras. El tiempo en que la flota inglesa Cardenal Alberto, Virrey de Portugal y estuvo luchando en Coruña fue Archiduque de Austria. vital para que las defensas de Lisboa se activasen y se preparasen a fondo para poder repeler el ataque. Tras el desembarco, La personalidad y la determinación del Cardenal Alberto fueron fundala flota se puso en mentales para asegurar el enfrentamovimiento bajo el miento de los portugueses a las tropas inglesas y su firme defensa de la mando de Francis Drake, independencia de su territorio frente con el objetivo de cerrar a la vil venta que de la misma hizo el Prior de Crato y la firme oposición a la pinza que atraparía sus deseos de apropiación de la coen medio a Lisboa rona portuguesa, un personaje éste a quienes ya muchos consideraban un mero oportunista al haberse quedado prácticamente con todo el tesoro real, El lugar de desembarco no estaba y que había sido entregado en su ma- para nada mal elegido, debido a que yor parte a los ingleses precisamente todos pensaban, muy influidos por para financiar esta aventura. Don Antonio, que el largo viaje hasta la capital brindaría la oportunidad Llegada a Portugal Por ello, cuando los primeros in- para que se les fuese uniendo miles de gleses desembarcaron en Peniche, a seguidores del Prior, sumándose a las unos setenta kilómetros de Lisboa, su tropas inglesas, y dando tiempo a que 24

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se debilitase el ánimo de quienes estaban defendiendo la capital. Además se confiaba en la labor de zapa que una serie de agentes del Prior estuvieran haciendo en el corazón de Lisboa, logrando un cambio de bando contra España. Tras el desembarco, inmediatamente la flota se puso en movimiento bajo el mando de su almirante, Francis Drake, con el objetivo de cerrar la pinza que atraparía en medio a Lisboa. En efecto, el plan era que las naves inglesas y holandesas forzasen la entrada al Tajo y entrasen en la capital, tomar bajo su control el puerto y atacar la ciudad desde allí, mientras las tropas de Norreys atacasen las defensas lisboetas por tierra, cogiendo a la ciudad en dos frentes. Antecedentes de derrotas portuguesas No, el lugar, aunque alejado de su destino, no parecía mal elegido, con la esperanza que sucediera todo ello. Sin embargo, la realidad puso las cosas en su sitio. Y es que los portugueses no habían podido reponerse anímicamente ni aceptar dos sonoros fracasos del Prior. Uno fue en tierra firme, en la batalla de Alcántara, a diez kilómetros al oeste de Lisboa, el 25 de agosto de 1580, contra las tropas españolas dirigidas por un inmenso Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, donde menos de 20.000 soldados españoles derrotaron por completo al ejército de Don Antonio, de cerca de 28.000, y que todavía se recuerda y estudia en muchas academias militares el paso por el puente sobre el río Alcántara de dos tercios españoles, tan bravos que hasta el mismo Alatriste habría tenido problemas para poder hacerse un digno hueco entre ellos. En esta batalla, además, tuvo lugar una maniobra que nunca antes se había realizado, y que fue preludio de lo que vendría años después. Mientras el ejército del Duque de Alba emprendía el camino hacia Portugal, se hizo a la mar una flota de cerca de 100 naves y más de 60 chalupas al mando de otro inconmensurable de la historia de España, Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz. Ambas fuerzas se encontraron en Setúbal, siendo embar-


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