Perdidas 02

Page 89

Christina Dodd

La princesa descalza

Sin embargo, el dedo de Jermyn se deslizó hacia arriba, hacia el botón sensible e hinchado. La acarició por todas partes, aunque casi sin llegar a tocarla. Amy intentó mantener la mirada fija en él, pero había perdido la capacidad de concentración y la mente se le llenaba de pensamientos varios: que jamás había visto una expresión tan feroz en un hombre, que jamás se había sentido tan abrumada por una sensación pura, que Jermyn era casi atractivo dentro de su dureza, que deseaba con una intensidad que jamás se hubiera imaginado. Él ya no la retenía a la fuerza, ahora eran unos lazos de deseo invisibles los que la inmovilizaban. Levantó una rodilla. Agarró con fuerza la almohada. Su cuerpo quería más de lo que él le había dado y ahora era esclava de su cuerpo. Y entonces, Jermyn la tocó. Una caricia directa y sutil. Y la gloria se apoderó de Amy. Con un grito incoherente, se arqueó contra su mano. Él la acarició, cada vez ejerciendo una mayor presión, manteniendo un ritmo firme y obligándola a convertirse en una criatura desesperada por conseguir placer. Y, de repente, una locura se cruzó por la mente de Amy: Jermyn era el único que podía complacerla. Él se abrazó a ella y empezó a moverse como si la misma desesperación que tenía presa a Amy se hubiera apoderado de él también. Su calor la calentaba. Su necesidad le daba fuerzas. Lo rodeó con los brazos amarrándolo a ella. Jermyn sustituyó la mano por el muslo y ella mantuvo el ritmo, moviendo las caderas para alargar la agonía. Para perpetuar la bendición. Él se apretó contra ella. Cada uno buscaba el placer con una desesperación febril hasta que se sacudieron juntos, aliviados… aunque también frustrados. Varios largos segundos después, ¿o acaso fueron años?, las oleadas del placer menguaron. Ella se quedó quieta entre sus brazos, respirando temblorosamente, mientras intentaba volver al mundo normal… aunque sabía que el mundo jamás volvería a ser normal. Una pasión frustrada invadió a Jermyn. Quería hacer suya a Amy. Su cuerpo estaba ansioso por poseerla, por penetrarla, por liberar la presión de su verga con un breve e intenso viaje de placer. No podía. Lo había prometido. Lo había hecho por un buen motivo. Un hombre no hacía suya a una virgen como si fuera un vikingo saqueador pero, ¡por todos los santos!, tuvo que recurrir a su fuerza de voluntad para quedarse quieto. Amy abrió los ojos, los cerró, los abrió… y se quedó mirándolo fijamente. Para lo que no tuvo fuerza de voluntad fue para disimular su triunfo. Vio perfectamente el momento en que ella se dio cuenta de lo que le había entregado. Lo que él le había quitado. La razón se antepuso a la satisfacción femenina; y la hostilidad habitual de Amy sustituyó a la lánguida complacencia. Él sonrió victorioso… y casi en aquel mismo instante vio que hacerlo había sido un error. En los ojos de Amy brillaba el rencor. Apoyó ambas manos en su pecho y lo - 89 -


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.