Perdidas 01

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Christina Dodd – Una noche encantada

¡Aja! Ahora estamos llegando a algún lado. —¿Cuáles son sus sueños? —Oh… nada importante. Ya se los puede imaginar… para una solterona. Clarisa sonrió dando ánimo e hizo un gesto de asentimiento. Millicent confesó con apuro: —Nada más que mi propio hogar y un hombre que me ame. —¿Y por qué no puede tenerlo? —preguntó Clarisa con afecto—. Eso se consigue con facilidad. —Él ni siquiera me ha mirado jamás. Quiero decir… —¿Él? —Él… usted no le conoce. Le conoceré. —¿Vendrá al baile? —Es amigo de Robert, supongo que es posible que venga. Clarisa lanzó una severa mirada de soslayo a Millicent. —Vendrá —admitió Millicent, y se rindió con un suspiro—. Es el conde de Tardew. Corey MacGown, el hombre más distinguido que haya honrado las costas de Escocia. El lirismo de su respuesta reveló a Clarisa todo lo que necesitaba saber. —Es guapo. —Tiene cabello color sol y ojos del azul de una turquesa. Monta a caballo y caza y juega y baila… —la nostalgia apareció en los ojos de Millicent— de ensueño. —¿Entonces ha bailado con él? —Una vez. Cuando yo tenía diecisiete años. Le pise los pies. —Millicent agachó la cabeza y balbució—. Me lo merezco por aspirar a tales alturas. Clarisa se enfadó. —¿Quién dice eso? —Mi padre. Clarisa se tragó las palabras airadas que le saltaron a los labios. No podía vilipendiar al padre de Millicent. Con dulzura, Clarisa dijo: —A veces la gente que más nos quiere está ciega a nuestros encantos. —Papá no estaba ciego. Era recto y honrado. —Tal vez, pero no sabía nada de belleza. —Clarisa no dio ocasión de discutir a Millicent—. Voy a ayudarle con el peinado y el vestido, y andará como una reina y sonreirá como una sirena, y lord Tardew caerá rendido de amor. Millicent se rió. Clarisa no se rió en absoluto. —Hablo en serio. —Se puso en pie y dio una palmadita en el hombro a Millicent—. Empiece a pensar en ello. —Se dio la vuelta y se fue andando. Oyó los pies de Millicent sobre las maderas de la glorieta mientras ella se ponía en pie. —¡Princesa Clarisa, no! —Su tono de voz era casi tan imperioso como el de Clarisa. Cuando Clarisa se volvió a mirarla, Millicent dijo—: Hágame caso. Concéntrese en Prudence. Ayúdeme con el baile. Y sobre todo sea mi amiga. Pero no intente arreglarme la vida. Ya estoy contenta así.

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