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CHRISTINA DODD Castillos en el Aire 2° de la Serie My First

conspiró... —Respiró hondo, entrecortadamente, tratando de reprimir las lágrimas—. Dijo que recuperaría su buen nombre si yo me casaba. —¿Su buen nombre? —inquirió él con ironía, ocultando la rabia que le hacía entrar deseos de vituperar al hombre ya difunto. De ahí venía la angustia que Raymond había detectado. No era una violación lo que había destrozado a Juliana ni la violencia a la que había sido sometida, sino la traición de su padre y la sospecha de una traición todavía mayor. Ella sabía que su padre había querido que se casara con Félix. Sabía que él creía que la habían violado, y que luego la humillara le dolió en el alma. Pero ¿había sido su padre el artífice del secuestro de su hija? ¿Había alentado a Félix a que la violara y, por consiguiente, a casarse con ella? ¿Había sido capaz de ignorar la angustia y el sufrimiento de Juliana para imponer su voluntad? Parecía un método retorcido para coaccionar a su única hija; claro que él tampoco había escuchado nada digno de encomio sobre aquel hombre. —Sí, su buen nombre —dijo ella en una demostración de fiereza. Entonces su vehemencia desapareció—. Como no quise casarme con Félix, me cortó el pelo con su puñal para recordar mi deshonra cada vez que me viera. A Raymond le hizo dudar su corazón. Entendía perfectamente a Juliana, más de lo que estaba dispuesto a contar. Él también había sido sometido a las vejaciones humanas más atroces y había descubierto que su instinto de supervivencia era demasiado poderoso. Había comprometido su religión, su educación, sus principios. La confesión de Juliana era tentadora e hizo que le entraran ganas de contarle su propia culpabilidad, pero no podía hacerlo. Sus excesos eran mucho mayores que los de ella, y si lo hacía, acabaría por despreciarle y su indignación le abriría una herida irreparable. Para acallar su conciencia, se retiró el pelo detrás de la oreja y giró la cabeza hacia el fuego. Su reluciente pendiente atrajo la mirada de Juliana. —¿Nunca te has preguntado por qué llevo esto? —inquirió él. Ella levantó la mano, la alargó en un movimiento lento y casi reverente, y acarició el oro martillado. —Marcar a todos sus esclavos con un gran aro en la oreja fue uno de los caprichos de mi señor. —Es enorme. ¿No te hicieron daño al ponértelo? —Todas las marcas de la esclavitud duelen, y sigo llevándolas todas. Las llevaré eternamente a modo de penitencia. —Deslizó las yemas de los dedos por las puntas de su brillante pelo—. Creo que tu padre no entendía la deshonra. Nosotros sí que la entendemos. Ella se acarició el pelo como para asegurarse de que le había crecido, y él se alegró de haber creado otro eslabón en la cadena que los unía. Sus manos se rozaron y ella se hundió. —Papá invitó a Félix al castillo después de que me agrediera. —¿Por qué le sigues dejando entrar? —Félix no pareció darse cuenta en ningún momento de su abyecto comportamiento. Y... — titubeó—. Yo estaba obsesionada. No paraba de preguntarme si me había secuestrado por mi culpa. ¿Y si lo había seducido sin darme cuenta? La culpa había perforado el alma de Juliana como el oro la oreja de Raymond. —No lo hiciste —soltó él—. Eso ni lo pienses. Además, no tendrás que volverlo a ver. —Bajó la vista hacia sus puños—. Sospecho que Félix se ha dado cuenta de que ya no es bienvenido. —No sé qué especie de furia se apoderó de ti ni me importa siquiera. Pero te doy las gracias por haberlo apartado de mi vida.

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