Double Take

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Life segœ n Jorge IbargŸ engoitia El contexto del simposio, entre otros —dentro de la piscina—: Carlos Fuentes y Gurrola; tendidos al sol: Jusé Luis Cuevas, Marta Traba, Fernando de Syzlo y David Rockefeller, 1965 © De izquierda a derecha: María Antonieta Domínguez, escritora; Pixie, cantante; Ibargüengoitia, y Tim, un amigo, 1965 ©

—¿Tiene usted intenciones de regresar a la política, mi general (Obregón)? —Categóricamente ninguna. Soy un agricultor nato. Ahora soy feliz en el campo. El atentado, Jorge Ibargüengoitia, Revista Mexicana de Literatura, 1964 —¿Piensa usted regresar a la política licenciado Salinas? —Quiero decirle que después de los resultados del 2 de julio, reitero mi decisión: me mantendré ajeno a la trinchera política. Mi intención es mantenerme en el debate de la ideas. En la tv, 2000 Y las palomas de la concordia vuelan hacia el cielo de nuestra patria para proclamar el agradecimiento de “los que menos tienen”, como la Familia Burrón, se estarán revolcando de risa hasta Navidad. Borola, en cambio, se diseñó un traje de Robin Hood para la próxima campaña. Jorge Ibargüengoitia There´s wit, and there´s shit. Adagio inglés sobre el ingenio Un articulo en Life (octubre de 1965), titulado “Una provechosa camaradería intelectual y amistosa”* y encomendado a Jorge Ibargüengoitia , empieza: “Yo fui uno de los 60 intelectuales, ‘de entre los más importantes de los EU y Latinoamérica’, que fueron invitados a participar en el tercer simposio organizado por la Fundación Interamericana para las Artes. Digo esto porque es un dato curioso: hasta la fecha de la invitación, nadie, excepto yo mismo, claro está, me había considerado intelectual,

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Wiliam Styron, Juan José Gurrola y Juan García Ponce, Norman Podhoretz en el Coloquio convocado por la Fundación Rockefeller, 1965 ©

ni mucho se habían dado cuenta de que era tan importante. Mi caso era casi único, porque los demás participantes no sólo eran importantes, sino además conocidísimos, en su mayoría”. La crema y nata: de Estados Unidos, la vanguardia intelectual de los sesenta, William Styron, Norman Podhoretz (Commentary), Lilian Hellman, Arthur J. Shlesinger (consejero particular de Kennedy), Robert Rosen, David Rockefeller, etcétera; los latinoamericanos éramos Juan Rulfo, José Donoso, Nicanor Parra, Glauber Rocha, Torre Nilsson, Roberto BurleMarx, Helen Escobedo, Carlos Fuentes, el pintor Syzlo, Ernesto Sábato, José Luis Cuevas, Marta Traba, Juan García Ponce, Trouyet —hasta aquí recuerdo ahora— y yo. En otra parte del artículo, comenta Jorge Ibargüengoitia: El simposio estaría enfocado sobre dos temas principales, que eran “Los problemas humanos de nuestras ciudades” y “Las elecciones en los EU y las relaciones interamericanas”. Ahora bien, de estos dos temas no tengo nada qué decir que valga la pena, pero como supuse que la mayoría de los demás invitados estaría en el mismo caso, acepté la invitación. […] Después vino otra reunión, esta vez en el avión. Al subir nos mirábamos las caras unos a los otros sonriendo amablemente pero sin reconocernos y pensando que en caso de un accidente los periódicos sacarían a ocho columnas un titular que dijera ‘La cultura de América, decapitada’ para beneplácito de la generación más joven y del público en general.

Cosa que sucedió, desgraciadamente, años más tarde, cuando el accidente aéreo en España,

que contó entre sus víctimas a varios talentos que se dirigían a Colombia, desde París, a una reunión cultural, entre ellos, la querida escritora y crítica de arte Marta Traba. Se había ido a vivir con Joy Laville, a París, a disfrutar muy merecidamente, de un ambiente intelectual de acuerdo con su genialidad, o por lo menos salir a comprar el periódico de las mañanas sin sufrir la cascada de ultrajes al sentido común de nuestra querida ‘Dinamarquita.’** En el fondo, Jorge Ibargüengoitia quería vivir with sprarkling intelligentia de cualquier otro país y disfrutar de un ambiente cosmopolita, comer bien, tomar buenos vinos a lado de Joy y seguir escribiendo maravillosas fictional history novels; como Gore Vidal desde su villa en el Mediterráneo, después de mandar a chingar a su madre a sus detractores por su incomparable sátira sobre el sistema de gobierno gringo. Es todavía letal. Recuerdo que escribió acerca del Lewinski Affair —como alguna vez apuntó Arturo Lomelí— que dado que estaba probado que Clinton tiene el pene chueco, se debería advertir en el salón contiguo a la Oval Office que “no hay vuelta en U”, cosa de la que aún, paradójicamente, no sale el inculpado. Como mi novia Fiona Alexander (those where the days) y Joy Laville eran escocesas, igual sobrevivientes de las chingas de sus respectivas English Rules of Social Behaviour, pasamos varias deliciosas y gastronómicas (‘Sheperd’s Pie’) veladas, revisando el Saturday Review, The New Yorker, y jugando ajedrez ‘with the girls in the kitchen’. Rematando con las descripciones de Jorge, entusiasmado, sobre las grandes guerras navales en todos los mares de todo el mundo. Era un experto,

sabía todo el tinglado que estaba detrás de las ambiciones de Felipe II de conquistar a los “heréticos protestantes” ingleses para convertirlos a la iglesia de Roma; la batalla en sí; el cambio de los vientos; bueno, hasta el milagroso descubrimiento de Francis Drake, el del fruit cake (pastel de frutas que puede durar hasta diez años, e indispensable en la navidad inglesa), antes de despedazar a la Armada “Invencible” Española. Ibargüengoitia era explorador de avanzada, como Drake y como Swift; iluminado (Jorge, Felguérez y yo fuimos Boy Scouts; yo en White Plains, Beaver Patrol, 1947 y después Caballero Azteca, en 1952), no un “humorista”, como hubieran querido encapsularlo para que no diera la “lata” que venturosamente dio (como Covarrubias). Él era infinitamente feliz en su private heaven (donde seguramente la está pasando de pelos, con James Thurber, Art Buchwald, W. C., Field, Ann Landers, Jarry, Gore Vidal, Jonathan Swift, Ionesco, Anouihl; y los sábados y domingos con Aristófanes***, Novo, Reyes y el Panzón Panseco), disfrutando de México a sus anchas y dándole un sentido universal. Si se adaptaran las obras de Jorge Ibargüengoitia como base para un libro de texto, sobre La verdadera historia de los Estados Unidos Mexicanos, habríamos hecho un bien inconmensurable a las futuras generaciones. Ahora, además, tenemos que leer a unos imbéciles que lo tildan de “incomprendido”, como quisieran catalogarnos a la generación de la Casa del Lago y de Peyton Place. Qué va. Jorge, Juan, Juan Vicente, y demás “ratas” del ingenio, como Luis Prieto & Sergio Pitol, González de Alba, Huberto, Elizondo, bueno, hasta Tomás Segovia y Juan Carvajal se la

“jalaban” con un humor cáustico, sin palanca de reversa. Eran como Jorge: demoledores. K.W. Friedrich Schlegel tiene una frase que dejó a los que, aún después de tantos años, no comprenden: “Hay una peculiaridad en nosotros: detestamos absolutamente la incomprensión, no sólo la incomprensión de lo no comprensible, sino la incomprensión de lo que creen comprendible”. El final del simposio fue casi de opereta. Esa noche, después de las mesas redondas, nos juntamos en el gran salón adonde se hacían los paneles para la plenaria de clausura. Se leyeron unos pequeños informes de lo que se había hecho en cada mesa redonda. Todo marchaba bien hasta llegar al último informe de la última mesa. Este informe contenía una fórmula explosiva: los participantes de esa mesa redonda estaban de acuerdo en que el intelectual latinoamericano no había hecho frente a sus responsabilidades sociales. Ahora bien, esta acusación ya había sido hecha por un norteamericano a otros norteamericanos y nadie había protestado, pero esta vez la acusación contra los latinoamericanos venía de una mesa compuesta por norteamericanos y latinoamericanos y desgraciadamente el informe fue leído por un norteamericano. Esto hizo que una media docena de latinoamericanos tomara, uno tras otro, la palabra para narrar algún hecho heroico de algún compatriota inte-lectual. Los latinoamericanos integrantes de la mesa acusadora respondieron con lo que se llama “con el corazón en la mano”, diciendo que no se trataba de ofender a nadie, pero que ellos pensaban que esa era la horrible realidad. Ante esta actitud tan sincera, los latinoamericanos

dejamos de protestar, aceptamos nuestra culpa y poco nos faltó para cantar el coro de la Novena de Beethoven, que era lo único que hubiera expresado nuestra amistad sin límites. Pero la cena estaba servida y preferimos pasar al comedor.

Como colofón, en homenaje sin compromiso a Jorge, no puedo dejar de relatar lo que nos contó (a Juan y Fernando García Ponce y a mí), abrumado, en el Hotel Chichen Itzá, pues se le había asignado una cabaña con el inconmensurable Juan Rulfo: El problema empezó a la hora de apagar la luz entre las dos camas. ¿Cierro el libro que estoy leyendo o espero a que Su Santidad lo haga? El tormento fue peor al despuntar el día, porque en todo el hotel de cinco estrellas no había agua. Fuí a indagar y me dijo un yucateco asombrado: “¡Arredobaya!, tenga paciencia”. Y fue entonces cuando se arremolinó en mi mente la terrible disyuntiva, porque mis ganas de ir al baño se acrecentaban por segundos. Como Hamlet, me pregunté: “¿Cagaré primero o me aguanto y cago después de Su Majestad y que él se ocupe de jalar la cadena?” * Después supimos que fue muy provechosa, pero para la cia. ** Término acuñado por Raymundo Ramos en el unomásuno (Octubre 7, 2000). *** Porque los lunes corrían a los poetas dramáticos en la Antigua Grecia por peligrosos.

11 / octubre / 2000

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