vez a hacerlas universales. Por nuestra parte, ¿a cuántos de los nuestros hemos dispersado al hilo de nuestros exilios? Entre deseos y temores de escapar al encierro, el mito del pasaje nos es omnipresente y es sin duda lo que hace que nuestra isla sea tierra de acogida para aquéllos que asimilamos al migrante que duerme en cada uno de nosotros. ¡Cuántos de ellos encontraron y encontrarán aún asilo y protección abordando nuestras costas sin tener que sufrir la venalidad del Pasante! ¡Cuántos de los nuestros, empujados por la aventura o espoleados por la pobreza, vendieron los bienes que poseían o removieron carbón en sótanos de barcos! Recolectores de restos de algodón enganchados a alambradas de latifundios, prospectores de oro o de quimeras, algunos se forjaron imperios y otros reencontraron su miseria original. El deseo de rehacer, muertos o vivos, ricos o no, la travesía en sentido inverso habitaba en cada uno de ellos. A unos les esperaban pobres viviendas o un rincón del cementerio. Otros hacían construir réplicas arquitectónicas de sus casas en la otra punta del mundo, viviendas fastuosas que daban fe de su éxito, y donde encerraban sus nostalgias. Subidos a lo alto de escaleras monumentales, sus tumbas tienen la misma apariencia altiva y la misma desmesura. Para estos hombres que partieron en busca de otras vidas, la muerte, en la estela de su errar y de sus huidas hacia adelante, ha seguido su ascensión o sus derrotas: encima de una sencilla losa de granito cuando no una pila de tierra, guardadas por ángeles de mármol ornados de líquen, o bajo cúpulas de esquisto desconchadas por el tiempo, de alguna manera esta muerte tiene un aire de Tierra Prometida. !
Antes de que el cortejo de los vivos no les conduzca hasta el
modesto túmulo o el espléndido mausoleo, el mazzeru conducirá el _________________________________ PASSEGHJI
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