William Atkinson - Conocete

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causada por ondas de luz, ligeras vibraciones que, actuando sobre los sensibles y delicados nervios del ojo, son sentidas allí y por el cerebro. Esta visión es realmente sensación de una muy delicada especie; un sentimiento de las vibraciones de las ondas luminosas. Del mismo modo el oído toma las vibraciones del sonido y el tímpano vibra al unísono, justamente como hace el diafragma de un fonógrafo, y los nervios del oído sienten estas deliciosas vibraciones. El oler no es sino el sentimiento, por los nervios de la membrana mucosa de la nariz, de las tenues moléculas de materia gaseosa, desprendidas de la causa del olor. El gusto no es sino una fina sensación de sentir la acción vibratoria y química de las partículas del alimento, etc., por los nervios del gusto de la boca y de la lengua, ayudados por otros nervios de sentimiento de esta región. Y, más aún; la traslación del sentimiento al conocimiento no es completa hasta que la impresión no es transmitida por el sistema nervioso al cerebro, donde la sensación es experimentada y transformada en “conocimiento” por el misterio de la presencia del Ego. Córtense los nervios, y no habrá sensación cuando las ondas productoras de sensación choquen con los órganos correspondientes. Y, por último, las sensaciones que nosotros llamamos ver, tocar, oler, gustar y oír, son completadas, aun físicamente, tan sólo cuando el cerebro recibe las impresiones y las siente. Lo que ocurre después, está más allá del conocimiento del hombre. Por algún admirable procedimiento el sentimiento es transmutado en conscientividad; el Ego conoce ciertas cosas del non­ego o mundo exterior. Cómo el Ego cumple esto es un enigma envuelto en el mayor misterio del Ego mismo. No podemos hacer más que repetir el hermoso pensamiento de Huxley, el eminente hombre de ciencia: “Cómo una cosa tan notable como un estado de conscientividad se produzca por resultado de irritar el tejido nervioso, es justamente tan inexplicable como la presencia del genio cuando Aladino frota su lámpara.” Y así, preciso es contentarnos con una comprensión general del mecanismo por medio del cual el Ego establece comunicación con el mundo exterior. Habitando sólo en tranquila soledad, el Ego recibe constantemente los mensajes tanto del interior de su residencia como de las diferentes salas de su propia morada superior. Líneas telegráficas y telefónicas llegan a la oficina central de todas direcciones, telescopios y otras aplicaciones ópticas están dirigidos a todos los puntos e instrumentos registradores del calor, la luz, el sonido y el movimiento están al alcance de la mano y en constante uso. Todos estos instrumentos han sido proporcionados por la Naturaleza para el uso del Ego, ¿o diremos que el Ego mismo los ha preparado para desempeñar su cometido? ¿Quién puede afirmar esto? Como quiera que sea, queda patente el hecho de que los admirables instrumentos que la inteligencia y la ingenuidad del hombre han sido capaces de crear después de siglos de experiencia, no son sino extensiones e imitaciones de estos instrumentos de la Naturaleza: las lentes del ojo, el tímpano del oído, los hilos de los nervios de la piel registradores del calor, y todo lo demás. El término “Naturaleza” no es más que un velo que oculta, y sin embargo revela, el Algo dentro de la Naturaleza: la “naturaleza” de la Naturaleza. Y recuérdese esto siempre: Que es el Ego quien ve; El Ego quien siente; el Ego quien huele; el Ego quien gusta; el Ego quien oye, y no los órganos a quienes generalmente achacamos estas cualidades. Y si en la evolución de la raza o del individuo aparecieran otros y más elevados órganos por donde el hombre puede recibir más nuevas y más amplias impresiones del mundo exterior, será siempre el Ego el que sentirá a través de ellos; será

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