Rudolf Steiner - Filosofia de la libertad

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En el momento en que aparece una percepción en mi campo de observación, también mi pensar entra en actividad. Un elemento de mi sistema de pensamiento, una intuición específica, un concepto, se une a la percepción. Pero cuando la percepción desaparece de mi campo visual, ¿qué me queda? : mi intuición unida a la percepción específica que se ha formado en el momento de la percepción. La viveza con la que más tarde pueda volver a representarme esa relación, depende del funcionamiento de mi organismo mental y corporal. La representación no es otra cosa que una intuición relacionada a una determinada percepción; un concepto que en su momento estuvo vinculado a una percepción y cuya relación con dicha percepción ha conservado. Mi concepto de león no se ha formado por mis percepciones de leones; pero mi representación del león sí se ha formado por la percepción. Puedo hacer captar el concepto de león a una persona que jamás ha visto uno; pero no me es posible darle una representación viva sin su propia percepción. La representación es, por lo tanto, un concepto individualizado, y ahora nos resulta comprensible el poder representarnos los objetos de la realidad por medio de la representación. La plena realidad de un objeto nos es dada en el instante de la observación por la unión del concepto y la percepción. El concepto adquiere por la percepción una configuración individual, un vínculo con esa percepción específica. En esta forma individual que lleva en sí como característica la referencia con la percepción, el concepto sigue viviendo con nosotros y formando la representación del objeto en cuestión. Cuando encontramos otro objeto con el cual se vincula el mismo concepto, lo reconocemos como perteneciente a la misma especie que el primero; si vuelve a presentársenos el mismo objeto, encontramos en nuestro sistema conceptual, no solamente el concepto correspondiente, sino el concepto individualizado con la referencia específica a ese objeto particular, que reconocemos de nuevo. La representación se sitúa por tanto entre la percepción y el concepto. Es el concepto específico el que hace referencia a la percepción. La suma de todo aquello sobre lo que puedo formarme representaciones, puedo llamarlo mi experiencia. El hombre tendrá una experiencia tanto más rica, cuanto mayor número de conceptos individualizados posea. Al hombre a quien le falte la capacidad de intuición no será capaz de adquirir experiencia. Vuelve a perder los objetos de su esfera visual, porque le faltan los conceptos que debería vincular a ellos. Una persona con una capacidad de pensar bien desarrollada, pero con una percepción mala debido a órganos sensorios deficientes, tampoco podrá adquirir experiencia. Podrá formarse conceptos de alguna manera, pero a sus intuiciones les faltará el vínculo vivo con los objetos específicos. Tanto el viajero inconsciente como el erudito metido en un sistema de conceptos abstractos, son igualmente incapaces de adquirir una experiencia rica. Como percepción y concepto se nos presenta la realidad, como representación, la imagen subjetiva de esta realidad. Si nuestra personalidad se expresara solamente a través de la cognición, la suma de todo lo objetivo vendría dada por la percepción, el concepto y la representación. Pero nosotros no nos contentamos con relacionar la percepción con el concepto mediante el pensar, sino que la vinculamos también con nuestra subjetividad específica, con nuestro Yo individual. La expresión de esta vinculación individual es el sentimiento, que se manifiesta como placer o displacer.


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