MEMORIAS

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acosándole con preguntas, sin darle el más mínimo alivio a sus duras labores. Nuestra felicidad de tener nuestra propia planta de agua duro poco; debido a lo superficial del pozo y a la cercanía con el Océano Pacífico, el agua era fuertemente alcalina y la vegetación sufría. En unos pocos meses, la lechuga, las fresas y toda delicada vegetación se marchitaron y murieron. , he ahí el dilema. Esta agua solo servia para el lavado de platos, para el baño y para algunos vegetales ordinarios. Se hizo necesario solicitarle al Consejo Municipal un mejor suministro del agua. El asunto del agua se prolongó y se volvió una seria controversia con los Síndicos de la Ciudad quienes no tenían en cuenta los derechos de los ciudadanos. Insistían en mantener abierta la puerta de Mount Ecclesia que conducía a sus reservas. A través de esta puerta el viejo hombre con su carretón debía pasar cada mañana para ver que tanta agua había en el tanque. Con el fin de impedir que el ganado perdido vagara por nuestra tierra y destruyera los árboles y vegetales, Max Heindel insistía en que la puerta se mantuviera cerrada, pero cada mañana el hombre la dejaba abierta. Esta dificultad prevaleció por varios años. Finalmente, en 1918 la Junta de Síndicos emitió un mandato impidiendonos cerrar y clavar la puerta. Max Heindel no quería ir a la corte, pues siempre había mostrado una enorme paciencia pero ahora esto no podía ser evitado. El requerimiento nos había llegado el sábado ya entrada la tarde, y contenía una citación para estar en los tribunales a la mañana del siguiente lunes. Max Heindel telefoneó a su abogado en San Diego para que nos representara y a las diez en punto nos hallábamos en la sala de la corte, pero ningún abogado apareció. Max Heindel tuvo que ir a la oficina del abogado a


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