Magia blanca y negra

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Franz Hartmann – Magia blanca y Magia negra es uno, la luz es una y el espíritu es uno. Tan sólo sus manifestaciones difieren en calidad y fuerza. El amor es uno aunque se manifiesta diversamente. El amor todo lo une. El amor es un estado de la voluntad. El pensamiento está dirigido por la voluntad, que ha de ser pura, si poderosa. Cuando se desean dos cosas al mismo tiempo, la voluntad actúa en dos direcciones diferentes; pero la división debilita, porque sólo en la unidad está la fuerza. La voluntad es un principio universal no recluido en forma alguna. Si a la par concentramos nuestro pensamiento y nuestra voluntad en una nube, la disgregaremos con rapidez proporcional a la energía con que concentremos nuestra mente82. Como quiera que todas las formas son manifestaciones externas del pensamiento, si pudiéramos sostener un pensamiento y proyectarlo, crearíamos una forma. Pero la generalidad de los hombres son esclavos y no dueños de sus pensamientos, pues no piensan lo que quieren sino lo que les sugieren los pensamientos flotantes en sus mentes. Para alcanzar poderes mágicos, el primer requisito es saber dominar el pensamiento, regular nuestras actitudes mentales y no permitir que invadan nuestra mente otros pensamientos que los que admita la voluntad. Quien por vez primera haya intentado dominar un pensamiento y sostenerlo durante cinco minutos, habrá echado de ver la dificultad del empeño. Sin embargo, este requisito es de todo punto indispensable para adelantar en el conocimiento de la magia. Para ser mago se necesita aprender a dominar la mente; porque la mente es la substancia con que opera el mago y en su dominio se basa toda la magia. Nadie logrará dominar la mente ajena si antes no domina la propia. La voluntad actúa exteriormente desde el centro del corazón, y para transportarla más allá de la periferia del cuerpo es preciso ser lo bastante fuerte para regularla en el interior. El neófito ha de dominar sus emociones antes de dominar las de los demás, y debe adueñarse de sus pensamientos antes de plasmarlos objetivamente; porque como la mente no puede regular su propio ser ni sobreponerse a su naturaleza, es necesario un dueño que la domine. Este dueño es el espíritu del hombre. Sin embargo, el espíritu no tiene poder alguno cuando le falta substancia a qué aplicarlo, un organismo por cuyo medio actúe. Así es que la mente está regulada por la espiritualidad despierta en el interior del hombre, por la naturaleza divina, superior a la mente terrena. Para alterar una forma hemos de alterar el estado mental de que dicha forma es expresión. Ciertas disposiciones mentales corresponden a determinadas aptitudes del cuerpo, que a su vez provocan el correspondiente estado mental. El hombre arrogante andará erguido y el cobarde encogerá el cuerpo. Inversamente, una postura habitual de encogimiento engendrará cobardía y la costumbre de ir con la cabeza erguida avivará en el hombre la conciencia de su dignidad. Un actor que logre adueñarse del carácter del personaje que representa, no necesitará estudiar actitudes para parecer natural; una persona encolerizada depondrá su cólera si se esfuerza en reír; pero con dificultad se 82

Pocos de nuestros lectores habrán dejado de advertir que cuando una persona al pasar por la calle vuelve la cabeza para mirar a otra, ésta se vuelve también para mirar a quien la mira. Esto sucede demasiado a menudo para achacarlo a coincidencia, y a explicación está en que el impulso volitivo de una persona puede comunicarse a otra; pero probablemente fracasara quien intente atraer con su voluntad a otro para que se vuelva, si su objeto se contrae a la curiosidad de ver si tiene fuerza para ello. En este caso el curioso debilita su voluntad porque desea dos cosas a la vez y fracasa.

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