encuentro con hombres notables

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Nuestro itinerario se alargó mucho debido a eso y, finalmente, cerca de la ciudad de Andiyan, tomamos otra vez la ruta acostumbrada. Pero cuando, después de haber comprado en Marghelan pasajes de ferrocarril para Krasnovodsk, nos sentamos en el tren, advertimos con gran preocupación que no teníamos dinero para continuar el viaje, ni siquiera para alimentarnos al día siguiente. Además, nuestra ropa estaba tan usada que no podíamos mostrarnos en público. Necesitábamos, pues, también dinero para vestirnos. Entonces resolvimos no ir hasta Krasnovodsk, sino tomar en Cherniave el tren para Tashkent, de donde podíamos telegrafiar para pedir dinero, y vivir mal que bien esperando la respuesta. Al llegar a Tashkent, tomamos una habitación barata en un hotel cercano a la estación, y enviamos inmediatamente nuestro telegrama. Como no teníamos ni un solo céntimo, fuimos al bazar de ropavejero para vender todo cuanto nos quedaba: fusiles, relojes, podómetros, brújulas, mapas geográficos, compases, en suma, todo aquello de lo cual podíamos obtener algún dinero. Esa misma noche, vagando por las calles discutíamos febrilmente nuestra situación, preguntándonos si la persona a quien habíamos telegrafiado estaría en casa y si pensaría en enviarnos el dinero en seguida, tanto que sin darnos cuenta llegamos al Viejo Tashkent. Nos sentamos en un chaijané sarto, mientras continuábamos reflexionando sobre lo que haríamos si el dinero llegaba con retraso. Después de haber considerado buen número de combinaciones, decidimos que Ekim Bey podría pasar por un fakir hindú y yo por un traga sables y por un fenómeno capaz de ingerir cualquier cantidad de sustancias venenosas. E hicimos toda clase de bromas a este respecto. Al día siguiente por la mañana, fuimos ante todo a la redacción de un periódico de Tashkent, a la oficina de los pequeños anuncios, donde también tomaban los encargos para cualquier tipo de aviso. Había allí un dependiente judío muy simpático, recientemente llegado de Rusia. Conversamos un poco con él, y le encargamos inserciones en los tres periódicos de Tashkent, como también un enorme aviso anunciando la llegada de un fakir hindú —no recuerdo qué nombre habíamos elegido, quizá Ganez o Ganzin— que, al día siguiente por la noche, haría con su asistente Salakan, en la sala de fiestas, una demostración de experiencias hipnóticas y otros fenómenos sobrenaturales. Nuestro dependiente se encargó de obtener de la policía la autorización para el aviso, y al día siguiente, tanto en el Nuevo como en el Viejo Tashkent, carteles sensacionales atraían el ojo de los transeúntes.


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