encuentro con hombres notables

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de las extremidades de cualquier segmento de la rama, mientras que a la bola exterior podía fijarse la extremidad de otro segmento. Esta especie de unión se parecía a la articulación del hombre humano y permitía a los siete segmentos de cada rama moverse en la dirección necesaria. Sobre la bola interior había signos trazados. Había en la sala tres de estos aparatos; cerca de cada uno se veía un pequeño armario lleno de placas de metal de forma cuadrada. También estas placas tenían signos trazados. El príncipe Liubovedsky nos explicó que estas placas eran reproducciones de unas placas de oro puro que se encontraban en la celda del jeque. Los expertos calculaban que el origen de estas placas y de estos aparatos se remontaba a unos cuatro mil quinientos años. Y el príncipe nos explicó que al hacer corresponder los signos trazados sobre las bolas con los de las placas, las bolas tomaban cierta posición, que a su vez gobernaba la posición de los segmentos. Para cada caso, cuando todas las bolas están dispuestas de la manera necesaria, la posición correspondiente se encuentra perfectamente definida en su forma y su amplitud, y las jóvenes sacerdotisas permanecen durante horas frente a los aparatos así arreglados para aprender esta posición y recordarla. Deben pasar muchos años antes de que les permitan a estas futuras sacerdotisas danzar en el templo. Únicamente pueden hacerlo las sacerdotisas de edad y con experiencia. En este monasterio todos conocen el alfabeto de estas posiciones y, de noche, cuando las sacerdotisas danzan en la gran sala del templo, según el ritual propio del día, los hermanos leen en estas posiciones verdades que los hombres insertaron en ellas hace varios miles de años. Estas danzas llenan una función análoga a la de nuestros libros. Como lo hacemos hoy en el papel, otros hombres en otras épocas anotaron en estas posiciones informaciones relativas a acontecimientos ocurridos hace mucho tiempo, a fin de transmitirlas siglo tras siglo a los hombres de las generaciones futuras, y llamaron a esas danzas, danzas sagradas. Las que llegan a ser sacerdotisas son en su mayoría jóvenes consagradas desde la más temprana edad, por voto de sus padres o por otras razones, al servicio de Dios o de un santo. Estas futuras sacerdotisas entran al templo en la infancia para recibir allí toda la instrucción y la preparación necesarias, especialmente en lo que concierne a las danzas sagradas.


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