El hechicero de Meudon

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(Aquí el prior se repara y abandona sus quevedos que, por fortuna, no son rotos en absoluto.) ¿Tenga, prosigue el hermano Francisco, para qué nosotros embriaguemos el entendimiento para encontrarnos culpables? ¿No debemos seguir en total los preceptos de divino Maestro? ¿ Y no nos dijo que había que recibir el reino de Dios, como buenos e ingenuos chicos, con calma y sencillez? ¿Entonces, por qué, le ruego, de todo el mundo han considerado los chicos felices, y a nosotros por el Salvador para modelos propuestos como bellos pequeños ángeles de inocencia? ¿Los chicos dicen el breviario, y lo podrían de cabo a rabo recitar sin distracción? ¿Les gustan las oraciones largas y el ayuno? ¿Toman la disciplina? Tanto se hace falta; qué al contrario recen y supliquen llorando a lágrima viva y en manos juntas para que no se les dé en absoluto el látigo, y convienen entonces de buena gana que pecaron; lo que es de su parte la primera mentira, porque no son conscientes de eso. ¿Pero de donde viene, todavía le ruego, que son llamados inocentes? ¡Por desgracia! El caso es que muy despacio y buenamente siguen la pendiente de naturaleza, no reprochándose nada quién se les diera el gusto, y discerniendo el bien del mal sólo por el atractivo o el dolor. Aprenderles de la confesión a los niños, es enseñarles el pecado y quitarles su inocencia. ¿Y quiere que le diga el fondo de mi pensamiento? Creo que los novicios del convento son mucho más agitados por reproches de su conciencia, mucho más perseguidos por pensamientos impuros, mucho menos simples y menos cándidos que la juventud del campo, que vive al día y despunta no sueña con eso, jamás examinando su conciencia, de tanto c la conciencia de ella hasta nos advierte bastante cuando algo le desagrada, dejando fluir sin considerarlos los flujos del arroyo y los días la juventud, unas veces laboriosa, y otras alegre, cuando le gusta a Dios, enamorada: nos casamos y despunta de ofensa; Los chicos vendrán al bien: luego cuando Dios querrá devolvernos la llamada a él, cuando nos llama: lo temeremos mucho menos todavía al fin que al principio, estándonos acostumbrados a gustar lo y a confiarnos a él. ¿ Se lo pregunto, mi padre, es este paso allí mejor, y más fácil, y el más asegurado camino para ir amablemente al cielo? El padre prior no respondió nada; aparecía soñar y reflexionar profundamente, frotando el vaso de sus gafas con trozo de su escapulario. Entonces sabidos, mi padre, persiguió Maestro Francisco, confesémosle, le quiero; confesemos nos uno a otro, y recíprocamente nosotros acusamos, no de ser hombres y de tener las debilidades del hombre, porque tales Dios nos hizo y tales debamos nos ser para ser bien; acusemos nos de querer sin cesar cambiar y perfeccionar la obra del Creador, acusemos nos de ser monjes; carteles nos me mismo hicimos, y debamos nos responder todos los vicios, todas las imperfecciones, todos los ridículos que arrastra este estado opuesto al voto de la naturaleza. Por cierto digo todo esto sin atentar contra el mérito sobrenatural de seráfico San Francisco: pero cuanto más su virtud fue divina, menos fue humana. ¿Y locura no grande de pretender imitar aquel quién está por encima de la camada de los hombres? Todos estos grandes santos tuvieron sólo una culpa, es haber dejado a discípulos. ¡Qué impiedad! Exclamó el prior juntando las manos. He aquí de cual bullicio usted alimenta la cabeza de los novicios de aquí, y veo bien ahora que el hermano Paphnuce tiene razón cuando les prohíbe hablarle. ¡ Pues bien! En esto hasta, mi padre, perdón todavía si le contradigo, pero son más bien los novicios quienes me sugieren los ______________________________________________________________________11


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